martes, 25 de octubre de 2011

Infancia en el Conurbano cuando El Que Te Dije salía al Rosado Balcón (recuerdos de la patria peronista en los 50's-3a y última parte)


La salud del barrio estaba en manos de una instalación de la Cruz Roja que tenía unas 3 salas de consultas. Allí venían médicos varios y se tomaban turnos para atenderse. Seguramente habría algún médico de barrio pero nosotros no íbamos. En aquella época no estaba desarrollada la medicina obligatoria impuesta por el régimen de Onganía, es decir, el descuento forzoso del sueldo del trabajador para aportar a una obra social. Cada persona era libre de contratar un servicio de salud y había, aparte de la medicina estatal, organizaciones mutuales, generalmente pertenecientes a colectividades, donde se prestaban servicios médicos. Cuando yo era niño y vivía en la Capital estábamos afiliados a una de estas mutuales. Ahí fui varias veces cuando era muy chico porque tuve salud bastante delicada.  Pero cuando fuimos al pueblo en el conurbano ya dejé de ir a esa mutual, no sé si mis padres se borraron de la misma entonces o más tarde.
También recuerdo haber ido a un policlínico muy grande construido por la Fundación Eva Perón. Me parece que fui en una sola oportunidad por un problema en un pie. El policlínico me impresionó por su tamaño y para su época debía ser muy bueno. Esta clase  de salud gratuita estatal era obra del gran médico Ramón Carrillo, mientras duró, y fue desmembrada por el gobierno militar que derrocó a Perón, junto con toda la organización de la Fundación.  Una de las barbaridades de los militares fue perseguir a Carrillo que terminó muriendo en Brasil. Realmente no entendieron para nada el fenómeno peronista.
En donde nuestra familia vivía no se veían ni actos ni movilizaciones políticas. Los actos peronistas ocurrían en el centro, no ante nuestra vista. Tampoco veíamos gente que se dirigiese en grupos o masivamente a los actos que convocaba el oficialismo. Sabíamos de unos pocos vecinos que eran peronistas, por ej. la familia que vivía al lado de nuestra casa. Algunas pocas veces mi padre hablaba de temas políticos con el hombre pero eran conversaciones circunstanciales y no polémicas. Se hablaba más del barrio, de los árboles o plantas, estado de la casa etc.
Los niños nunca hablábamos de política. Algún comentario nos avisaba que cierto niño era de familia peronista pero nadie mostraba algún activismo o intento de convencer, ni siquiera discutir esos temas. Los famosos campeonatos Evita que veíamos en los noticieros del cine y ahora son motivo de gran propaganda del peronismo eran eso para nosotros: algo que transcurría en lugares alejados, como por ej. Mar del Plata adonde nunca íbamos a ir. Jamás vi un cartel en la escuela que invitase a inscribirse en esos campeonatos o las colonias de vacaciones, ni supe de algún compañero que haya ido. Estas cosas se daban por supuesto que eran para los amigos del régimen, o con pertenencia a alguna organización gremial. Lo mismo pasaba con los regalos de la Fundación Eva Perón. Juguetes que veíamos en el noticiero, una niña recibiendo una gran muñeca. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que eso era para nosotros.
Carencias: me ha quedado muy grabado el tiempo en que mi madre me mandaba a hacer la cola para conseguir elementos que escaseaban. La pretensión de la economía peronista de controlar los precios en valores irreales tuvo por resultado que faltaban varios artículos. Había que ir al almacén a preguntar qué día iban a llegar las partidas e ir entonces a hacer la cola para conseguir lo que fuese. Era así el azúcar morena o la papa. Lo que había a diario era el pan de mijo porque el trigo había desaparecido. No se supo si no lo plantaban o lo reservaban para exportar o lo contrabandeaban. El que se vendía era un pan sospechoso que no se sabía bien con qué lo hacían pero que al día siguiente no se podía comer porque se ponía verde supuestamente de moho. Otro faltante era el keroseno, aunque nosotros no consumíamos mucho, también escaseaba. También faltaba la papa blanca vendiéndose la papa negra y brotada.
Con un dejo de caradurismo dijo una vez Gómez Morales (ministro de Perón) que la gente hacía estas colas contenta por el bien del país. Yo no vi gente contenta, más bien resignada ante lo que no podían cambiar y parecía inevitable.
La moneda iba perdiendo de a poco su valor. El gobierno subía los sueldos y todo quedaba más o menos igual. Los tiempos buenos del 49 ya habían pasado. Recuerdo que había un chiste sobre el billete de un peso (creo que era de ese valor). El peronismo había cambiado el dibujo de los billetes y había puesto figuras que se suponía recordaban sus logros. Alguna figura que tenía era el número 1, un barco, unas espigas  y otras figuritas. El chiste me lo contó otro niño y decía, con la apoyatura de esas imágenes: ‘un peso no vale nada, si lo decís te exportan’ (alusión a los emigrados refugiados políticos).
A falta de libertad para expresarse los ‘contreras’ (nombre que daban los peronistas a la oposición) se desquitaban creando chistes para ironizar la realidad de cada día. Uno de los objetivos preferidos del humor punzante era el Gobernador Carlos Aloé.   Este hombre había sucedido en el cargo al Coronel Domingo Mercante que decían había hecho una buena gobernación. Mercante había sido un leal amigo de Perón y de Eva, y uno de los promotores del regreso al poder del 17 de Octubre de 1945. Antes de que Perón reformase la Constitución en 1949 para poder reelegirse indefinidamente, no existía la reelección del Presidente en forma continuada. Por ello, Mercante alimentaba lógicas expectativas de suceder a Perón. Pero el General no quería competidores, dijo una vez que ‘su heredero era el pueblo’, una forma de decir que, a pesar de la pregonada teoría de la ‘Conducción Política’, Perón no formó ningún sucesor. La pretensión presidencial de Mercante le valió ser declarado ‘traidor’ al peronismo y expulsado en 1953 del partido, destituido y desaparecido del escenario político. Como sucesor fue Carlos Aloé a la provincia, con el antecedente de ser un incondicional de Eva (y milico, como correspondía a la época). Era tan evidente su nulidad intelectual que comenzaron a circular toda clase de chistes donde se lo mostraba como un inútil corto de entendederas. Recuerdo uno de ellos donde se lo interrogaba por la identidad de un personaje representado en un busto sobre una heladera con una mano sobre el vientre y otra sobre la espalda. Después de errar varias veces, le dieron una ayudita: el general…Y el gobernador dijo, Pero claro, el General Electric!
Cuando empecé la escuela secundaria también llegó el tiempo de viajar en tren todos los días. Los ferrocarriles aún conservaban la organización de los ingleses, el horario de trenes significaba algo, es decir, llegaban a la hora que decía el papel. Los vagones iban llenos pero estaban bien cuidados. Los vagones eran de primera categoría (con butacas de cuero) o de segunda, con asientos de madera. Estaban limpios y a nadie se le ocurría pintar las paredes o cortar el cuero de los asientos. Era gente que había tenido otra formación cultural, incluso en la pobreza cuidaban el bien público y no creían que rompiéndolo perjudicaban a algún ricachón.
Otra pieza de propaganda peronista es que Perón creó las condiciones para que los obreros (los pobres) pudieran llegar a estudiar en la universidad. Realmente no se qué sustento tienen estas afirmaciones. De los compañeros de la primaria la mayor parte de los que completaron la primaria (o sea casi todos) no siguió estudios secundarios. Algunos entraron en las academias de la Policías Federal o Provincial. La mayoría se dedicó a trabajar, cosa que no era difícil por entonces porque había pleno empleo. Para asistir a la escuela secundaria había que ir a otros pueblos o centros urbanos pues la escuela secundaria en el lugar se instaló varios años después de la caída de Perón (Gobernación de Oscar Alende). La mayoría tomaba el tren e iba a Belgrano o para el norte. El único dato concreto sobre facilidades para los estudios de los pobres de la época es la creación de la Universidad Obrera, posteriormente devenida UTN. Personalmente vi poca gente de bajos recursos en la universidad, ni en la época de Perón ni posteriormente. Como ejemplo, reconocidamente restringido, tengo la familia de mis primos (todos referidos a tiempos posteriores a Perón):
Tios a) el padre era un operario de trabajos irregulares, autónomo que hacía trabajos a domicilio o pequeñas changas. De los varios hijos ninguno que recuerde siguió la secundaria. Uno de los varones se convirtió en empresario textil con el tiempo y llegó a ser el más rico de todos los otros primos.
Tíos b) el padre era un bancario de alto nivel gerencial. Los hijos terminaron todos el secundario y se emplearon (dos en bancos). No siguieron en la universidad porque no quisieron, no por falta de recursos. Sólo la hija mayor ya de grande inició estudios de abogacía mientras trabajaba, desconozco si se graduó.
Tios c) el padre era un obrero textil calificado. Ambos hijos terminaron la secundaria, uno se recibió de ingeniero en la UTN mientras trabajaba.
Tíos d) el padre empleado en un ferrocarril. Los hijos se recibieron en la secundaria y se emplearon, no tenían interés en estudiar.
Tíos e) el padre era comerciante por aquel entonces con buen pasar. Las dos hijas completaron la secundaria. La mayor se graduó en la universidad.
Tíos f) el padre era dueño de un colectivo con el cual trabajaba en la calle. Los hijos se graduaron en la secundaria. Uno estudió y se graduó universitario.
Tío g) el padre era un pequeño empresario. Los tres hijos hicieron la secundaria. El mayor llegó a ser un pequeño empresario. Otro hermano se dedicó a la publicidad con suerte variada. La hija fue ama de casa.
En resumen, no veo ninguna impronta en que el gobierno peronista haya influido (salvo el caso de la UTN) sobre las facilidades de estudiar en la universidad. Antes y después de Perón estudiaron los que tenían medios, pero, sobre todo capacidad y voluntad para hacerlo y una familia que los alentó o respaldó. 
Como dije antes, mi padre era un empleado administrativo en una empresa privada. No sé si antes de Perón tenía vacaciones como las que el gobierno peronista promulgó. Vacaciones pagas tuvo siempre. Pero la jornada de trabajo era la de un empleado no sindicalizado. Normalmente tenía un horario de 8 horas por día y 4 el sábado. Pero cuando venían los balances o cierres de ejercicio tenía que trabajar horas extra y hasta días feriados. Ignoro si le pagaban extra por ello, aunque algún descanso compensatorio le daban. Con el tiempo fue subiendo de jerarquía y llegó a tener una jefatura intermedia. Solo en los últimos años de trabajo, en la medida en que la empresa también fue mejorando, pudo hacer algún ahorro significativo, que fue gastando cuando se jubiló, pues como siempre en Argentina, las jubilaciones comunes han sido de insuficientes a escasas para vivir decentemente.
Mis estudios y nuevas compañías después de la primaria hicieron que mis caminos se fueran alejando del barrio. Poco a poco fui dejando de ver a mis antiguos compañeros de la primaria.
Todo esto fue quedando en el pasado. Se avecinaban días de grandes tribulaciones, luchas entre facciones de las fuerzas armadas, turbulencias sociales. La tranquilidad de la escuela en el pueblito fue quedando atrás, la vida se fue complicando ya años antes de que nos mudásemos a instancias de las huelgas salvajes que los obreros le hicieron al presidente Illia.
Cuando tuvimos que mudarnos de vuelta a la ciudad por las huelgas mi padre vendió la casa y compró un departamento de tres ambientes. Hubo un beneficio inesperado a consecuencia de la mudanza. Como teníamos pendiente una solicitud de teléfono con ENTEL desde hacía casi 15 años, fuimos ‘premiados’ con una línea pues allí había alguna vacante y la antigüedad nos daba prioridad. Casi 15 años de espera, va para los que añoran esos tiempos de estatismo y quieren volver. Fue un verdadero ‘premio’ porque una línea telefónica llegó a venderse por 5 mil dólares. En el pueblo había un teléfono público en la estación del ferrocarril y allí íbamos en caso de necesidad. Mi abuela tenía una línea desde la época de la Unión Telefónica, antes que fuera estatizada, es decir, cuando tener teléfono no era un lujo (la central se llamaba Buen Orden).
En setiembre del 55 un grupo militar desalojó a otro grupo que era el respaldo de Perón en el poder. Nuestra familia vio el suceso como la llegada de un alivio. Había en el ambiente una sensación de ahogo por la censura, la violencia política y el estado precario de la economía. Volvíamos a la libertad de poder leer y hablar de lo que se nos daba la gana. Pero la tranquilidad duró poco, las turbulencias políticas y luego las económicas se reavivaron y en eso nos consumimos los argentinos por largos años.

martes, 18 de octubre de 2011

Infancia en el Conurbano cuando El Que Te Dije salía al Rosado Balcón (2a parte)


Al principio, cuando nos mudamos, no teníamos heladera. Al tiempo mi padre se compró una usada a la que hizo poner un motor nuevo. El trabajo lo hizo un alemán. Cuando hablábamos de mecánica lo mejor eran los alemanes. Había varios emigrados del fin de la guerra por el barrio. Unos que vivían enfrente de casa eran un matrimonio con dos hijos. El hijo tenía mi edad (era alemán) y su hermana era un año mayor. Esta gente había tenido dinero en Alemania, hablaban del yate y sus casas, pero ahora no tenían nada, solo los muebles de la casa que alquilaban. El padre hacía corretajes de algún rubro en que había sido empresario en Alemania. Todo lo que ganaban se lo gastaban en fiestas con otros alemanes. Tan mal lo habían pasado en la guerra, entre los bombardeos y comiendo cualquier cosa para sobrevivir que vivían al día y no querían ahorrar.
En la esquina había un taller que fabricaba piezas de autos. Era propiedad de un italiano y sus hijos que empezaron en un galpón y fueron progresando con los años. Yo pasaba allí horas en tiempo de vacaciones impresionado con las máquinas que doblaban metales y soldaban y estampaban. Una vocación por la técnica que después las circunstancias del mercado desviaron para otro lado. Esta gente fue aumentando el tamaño del negocio y en tiempos de Frondizi se agrandaron mucho. Siguieron creciendo con la industria automotriz y en los 70 sufrieron las consecuencias. Los muchachos montoneros consideraron que habían ganado demasiado y decidieron secuestrar a uno de los hijos. No recuerdo el final de la historia, me parece que fue trágico porque me enteré por los diarios, pero no estoy seguro.  De todos modos, qué puede interesar la suerte de un ‘chancho burgués’ frente a la gloria de la ‘liberación nacional’ y la felicidad popular? Así pensaban estos infradotados, la soberbia armada, creyéndose expresar mayorías, y sin ver que eran una minoría descarriada. Alguna vez puede ser que el Poder Judicial (le queda grande el nombre de ‘La Justicia’) cambie de onda y castigue como se merecen estos crímenes de LESA HUMANIDAD.
De algunas otras hazañas de los guerrilleros urbanos nos llegaron noticias de lejos. Por ej. nos enteramos al tiempo que al gerente general de la empresa donde había trabajado mi padre (esto pasó cuando ya se había jubilado) lo secuestró un grupo que pidió recompensa. Algo anduvo mal y lo asesinaron. Historias frecuentes en los 70 que ahora se ocultan, para re-escribir la historia y presentarlos como muchachos idealistas. Algunos lo fueron y pagaron con la vida la estupidez. Otros más siniestros jugaron a dos puntas y se pusieron a salvo cuando las cosas empeoraron para ellos. Ahora son los supuestos héroes de la resistencia contra la dictadura. Hubo también muchos que no integraban los grupos armados y fueron perseguidos, torturados o asesinados por tener ideas no gratas para los militares. En medio de esta guerra semi-oculta transitaba y trataba de vivir sobreviviendo la gran mayoría que no estaba con ninguno de los bandos pero no tenía otra alternativa que aguantarlos a todos y tratar de proteger a la familia.
Si uno se atiene a la propaganda peronista habría de creer que Perón o Evita andaban por todos lados y uno tendría ocasión de verlos a menudo. Nada más ajeno a la realidad. Perón hablaba en actos, por la radio, a veces salía al interior, pero para verlo personalmente (no en el cine) había que irse a los actos, cosa que la mayoría no quería hacer para no tener que aguantar plantones en medio de multitudes entusiastas no aptas para meros indiferentes curiosos. Los pobres empleados públicos o los maestros eran los sacrificados que tenían la ‘suerte’ de ser elegidos para rellenar los actos y aumentar el número de ‘fervientes’ multitudes. Si uno se negaba, lo más probable es que perdiese el empleo, o lo trasladasen bien lejos.
Sin embargo, hubo una vez que tuve la oportunidad de ver no solo al General sino a Evita fugazmente. Típico encuentro de la época, en la escuela se corrió la noticia de que venía de un viaje en tren del interior (creo que era época de elecciones) y que iba a pasar por la estación del pueblo.
Fue una fría mañana y allí me dirigí solo (mis padres no tenían interés). Habría una treintena de curiosos y algunos devotos esperando. Entre otros estaba la vecinita alemana con una amiga de la madre esperando el paso del tren. La estación era nada más que un andén con un reparo techado de madera, herencia de las construcciones de los ingleses. La oficina del jefe y las boleterías quedaban del otro lado de la vía. En un momento la gente empezó a moverse porque veían acercarse al tren famoso. ¿Que se vio? El General y Evita iban asomados a la ventanilla del tren que pasó bastante rápido. Perón saludaba sin entusiasmo con la mano pero Evita era más efusiva. Junto a ellos había otra gente, recuerdo mejor a dos mujeres. Estas tenían una función muy importante e inesperada, arrojaron monederos con dinero hacia la gente que estaba en el andén. Para un peronista parece que era natural ir a ver al ‘líder’ esperando recompensa. Quizás esa era la norma de los actos, o quizás querían premiar la presencia más espontánea en medio de tanto servilismo. La cuestión que un monedero cayó justo a los pies de la muchachita alemana. Pero ella no había ido por interés, de modo que no se dignó a agacharse para levantar la ofrenda. Otra mujer, una paisana argentinísima, rápidamente se acercó y levantó las monedas. Quizás había ido para eso y no se lo iba a perder. Anécdota peronista sobre la que no iban a escribir ni Pavón Pereyra ni Leonardo Favio, seguramente.
Según las películas y escritos que actualmente hablan de aquel entonces parece que las multitudes que seguían a Eva Perón. Mi experiencia, que puede diferir de la de otros que vivieron aquella época, es la de verla en los noticieros, sea haciendo regalos a los que se acercaban a la Fundación, a alguna actividad de ella o inaugurando alguna instalación destinada a servicios sociales. También la escuchábamos en discursos encendidos pronunciados en los grandes actos peronistas de los 17 de octubre u alguna otra celebración. Estos eran transmitidos por la cadena radial. Su temática era siempre exaltar la figura de Perón como si fuese el visionario más grande de la historia, el General como lo llamaba que había venido a instalar la justicia social. También tenía una oratoria de barricada destinada denostar a los ‘vendepatrias’, ‘oligarcas’ y otros gruesos epítetos que dirigía a los opositores, sin ningún reconocimiento de alguna buena intención. Se encomendaba al pueblo para que defendiese y protegiese al General de sus enemigos. Siempre había gente que se acercaba, como a cualquier personaje público, pero las multitudes se juntaban para las grandes celebraciones convocadas por la CGT y el Partido Peronista, donde, además, debían concurrir compulsivamente los empleados públicos, los obreros sindicalizados, etc, además de los activistas que lo hacían espontáneamente. Cuando murió hubo una gran repercusión popular y mucha gente fue a ver sus restos durante los varios días de duelo que hubo. También hubo muchos que fueron obligados a desfilar frente al féretro, incluso a usar luto por bastante tiempo. El luto que se usaba por entonces para los hombres consistía en una cinta alrededor de un brazo en el saco, o una cinta negra rodeando la copa del sombrero (que muchos empleados usaban), o la corbata negra. Las mujeres usaban alguna ropa negra.
La muerte de Eva ocurrió sin mucho aviso. En general el gobierno no informó sobre el estado de salud de Evita, salvo alguna operación que le hicieron. No se sabía bien que tenía, salvo que se hablaba de que le hacían transfusiones de sangre. Ya cerca del final empezó a circular el rumor de que estaba muy mal y una noche, cuando estábamos por escuchar el noticiero de las 20:30, como de costumbre, apareció la cadena nacional y un hombre dijo algo así como que ‘La Señora Eva Perón ha fallecido a las 20 y 25 horas’. En esos tiempos era costumbre para Semana Santa pasar música clásica o fúnebre. En el caso de la muerte de Evita también estuvieron varios días con programas radiales adaptados a las circunstancias. Para nosotros la muerte de Eva fue un hecho fuera de la rutina pero no nos causó mayor impresión, ni alegría ni tristeza, más bien inquietud por lo que pudiera suceder. Yo no noté gran repercusión entre la clase media. Puede ser que los más pobres lo hayan sentido profundamente, pero no se puede pretender, como dicen los peronistas, que haya habido un dolor generalizado. Como suele ocurrir, la propaganda modifica la historia y crea la memoria parcializada. A partir de la muerte empezaron a hacer clases alusivas en las escuelas. Como siempre, en la que yo iba los recordatorios fueron bastante moderados. Hacíamos algún trabajo pegando figuritas en los cuadernos recordando algún aspecto de su obra o recitábamos algunas frases de ocasión. En otras escuelas más céntricas estas actividades tuvieron mayor peso y frecuencia. Conocidos mío aún recuerdan esas frases que tenía que recitar: ‘Eva Perón ha muerto. La República está de duelo. El pueblo argentino en lo que tiene de más noble y más puro llora la muerte de la mujer más abnegada que ha conocido….’.
De Eva también quedó el recuerdo de una mujer de temperamento fuerte que tenía una gran influencia en el gobierno pese a no ocupar cargos oficiales. Tenía un ejército de seguidores que atendían a sus órdenes, y muchos obsecuentes que se  desvivían en atenderla para tratar de lograr algún beneficio. Era famoso el vocabulario poco digno de una dama que prodigaba, sobre todo en sus frecuentes momentos de enojo cuando algo no funcionaba como ella quería. Recuerdo una anécdota que circuló por entonces que contaba que tuvo esperando al embajador de España en la antesala de su despacho por mucho tiempo y este se impacientó. Enterada Eva pidió que lo hicieran entrar diciendo: ‘Hacé pasar a ese gallego de mierda!’, cosa que el aludido escuchó claramente pero no podía replicar por cortesía diplomática.
No recuerdo ningún hecho alusivo al voto femenino que fue aprobado en aquellos años. Es otro tema que para la propaganda parece haber sido muy popular. Aparte que ya varios partidos lo habían propuesto antes, la iniciativa de Eva fue decisiva para que el Congreso se moviese y la aprobase. Además, los peronistas especulaban con obtener gran porcentaje de los  votos femeninos, como efectivamente ocurrió en las elecciones siguientes (creo que en 1952). Es posible que para mi madre el voto no haya sido importante, sobre todo por la opinión que tenía de la política. Lo cierto es que nunca me comentó nada sobre la conquista de voto o algo relacionado con ese tema. Tampoco registro comentarios de otros miembros cercanos de la familia. Supongo que habrán tenido que sacar la libreta cívica para votar pero parece haber sido un trámite más.
Los entretenimientos que teníamos entonces, aparte de la bicicleta eran escuchar la radio (de noche en familia) o ir al cine. En la radio escuchábamos alguna serie como la de los ‘Pérez García’ o los cómicos de Sandrini.  Recuerdo que todas las noches había un micro programa donde un señor comentaba alguna noticia de actualidad ocurrida en otro lugar del planeta. En general eran sucesos negativos. Al terminar, siempre decía ‘Así está el mundo mis amigos, pero claro está que no en la Argentina!’. Se ve que ya entonces estábamos ‘blindados’. Otra distracción cada tanto consistía en ir con mi madre en colectivo a alguno de los grandes parques situados cerca de la periferia de Buenos Aires para entretenerme en los juegos o tener más espacio para correr.

martes, 11 de octubre de 2011

Infancia en el Conurbano cuando El Que Te Dije salía al Rosado Balcón (1a parte)


A mediados de la década de 1940 era un niño que vivía con sus padres en un pequeño departamento alquilado en una casa de inquilinato. Había un largo pasillo y cada departamento tenía una puerta al mismo. El departamento tenía un solo ambiente y un patio al que también daban una cocina y un baño.
En la única pieza dormíamos los tres en medio de un conjunto de muebles bastante apretados. Yo inicialmente dormía en una cuna y luego en una cama plegable. La cocina tenía una cocinita de tres hornallas, no recuerdo que tuviese horno para cocinar carne u otras comidas. Aparte había una pileta con una canilla (no tenía agua caliente que de necesitarse se calentaba en una pava). También había unos armarios y una mesa de madera con mantel de hule que a la hora de las comidas era instalada en el patio para la reunión familiar.
En el baño teníamos una lluvia con la flor de latón y un calefón para bañarnos. La piletita del baño no recuerdo si tenía canilla de agua caliente, de todos modos había gas que por entonces no se si era natural o fabricado en alguna usina.
Esto fue así hasta el año 1950 y mis días transcurrían en un barrio de la ciudad de Buenos Aires.
Mi padre era un empleado contable que trabajaba en las oficinas de una empresa refinadora de nafta y algún otro combustible. Los dueños eran mayoritariamente argentinos, gente que tenía otros negocios, como pueden ser agropecuarios, y que decidieron probar suerte en otro rubro.
Durante los años de la gran guerra mundial la empresa estuvo en muy mala situación económica pues no se conseguía petróleo para refinar y la estatal YPF hacía todo lo posible por ahogar la competencia aprovechando del privilegio que le daba la ley existente restringiendo las ventas de crudo. La situación mejoró relativamente terminada la guerra pero siempre la empresa estuvo restringida en su crecimiento por las prerrogativas que le daba el estatismo predominante a YPF de bloquear la apertura de bocas de expendio de la competencia. La estatal no crecía ni dejaba crecer la iniciativa privada. Así cada día aumentaba la importación de combustibles.
Mi padre entró en ese trabajo de joven, con estudios secundarios incompletos y por recomendación de un pariente que conocía a los dueños. Por muchos años trabajó en unas oficinas instaladas en una vieja casa que fuera una familia grande o de buenos recursos. Esto era lo que los ypefianos en su ignorancia o mala fe calificaban de rama encubierta de uno de los grandes monopolios internacionales (no se sabía de cual, pero igual era justificativo para tratar de llevarla a la quiebra). 
Hacia fines de la década mi padre consiguió un préstamo para edificar una casa en un terreno situado en un pueblito cercano a la localidad de San Martín. Era un barrio ubicado a unos 40 minutos de viaje en tren de la capital. Me enteré de la existencia de la casa cuando ya había empezado la construcción por comentarios de mi madre. Cuando fui a ver la edificación ya estaba muy avanzada, pero recordamos que en aquel tiempo las casas se levantaban rápidamente. Dos personas en dos o tres meses hacían una casa unifamiliar. Supongo que mi padre compró el terreno en cuotas, como era la costumbre por entonces. El Banco Hipotecario le otorgó un préstamo a unos 20 años. En esa época el Hipotecario todavía disponía de fondos que recibía de las cuotas de préstamos anteriores. Además se financiaba emitiendo cada tanto las llamadas cédulas hipotecarias, que pagaban un interés a los que deseaban ahorrar en estos valores. La inflación, a la cual Perón dio un impulso determinante, hizo que el Hipotecario dejase de poder financiarse con las cédulas (que no tenían ajuste contra la inflación). Además, las devoluciones de fondos por pagos de cuotas de préstamos quedaban reducidas en su valor real al no ajustarse por inflación. A partir de entonces nunca más hubo en el país financiación para la vivienda accesible a la gente de ingresos modestos.
Perón, que no confiaba en las leyes de mercado y ni se preocupaba demasiado por la inflación, hizo viviendas populares en base a fondos estatales. Cualquiera pudo ver algunos de los barrios pero estos no fueron tan generalizados como la propaganda peronista quiere hacernos creer. En esa época empezaron a poblarse las villas de emergencia (llamadas ‘villas miseria’), lo que muestra que lo que se hizo no alcanzaba, como pasa generalmente cuando se pretende remplazar la iniciativa individual por la potestad estatal. Además, el sistema de adjudicaciones de estas viviendas no era transparente. Generalmente se accedía a ellas por medio de las diferentes instituciones o aparatos ligados al Partido Peronista o a la CGT o por otros contactos con personajes influyentes.
Hoy es todavía común escuchar a los viejos peronistas que justifican haber sido peronistas de siempre por haber recibido su primera zapatilla o un juguete en aquellos tiempos, o porque a los padres el gobierno peronista les había dado una casa (nótese, les había dado, no facilitado la compra). También solemos escuchar que fue el peronismo el que ‘dignificó’ al trabajador. Me pregunto qué clase de dignidad surge de la dádiva, aunque sea estatal, en vez de haber creado las condiciones para que cualquiera con su propio esfuerzo consiguiese lo mismo.
La cuestión es que mi padre, de algún modo, sea por medio de un trámite normal, sea por la mediación de algún influyente (una ‘cuña’ como se decía entonces) consiguió un préstamo que nos permitió tener nuestra casa. Mi padre nunca habló conmigo acerca de este préstamo y me enteré de él el día que tuve que firmar como corresponsable de su devolución cuando se escrituró la casa con una hipoteca pendiente a nombre del mismo banco.
La nueva casa era enorme para lo que yo había vivido antes. Tuve por primera vez mi propio dormitorio, con cama, mesa de luz y un ropero para mí. Una ventana al terreno donde, con el tiempo mi padre plantó varios árboles, entre ellos un limonero frente a mi ventana que florecía en primavera.
Aparte estaban el dormitorio de mis padres y un comedor principal. Había una pieza de estar diario que era el comedor para todos los días. Teníamos un baño con una bañera, por primera vez para nosotros. Anteriormente me había bañado alguna vez en la bañera que había en la casa de mi abuela materna.
La cocina era bastante grande, allí sí había un horno en la cocinera, y agua caliente en toda la casa que venía de un calefón ubicado en esa cocina. El gas provenía de tubos, o sea era propano-butano (LPG).
Mi madre tenía ahora una pileta para lavar la ropa ubicada en un patio externo techado, varios años más tarde vendría un lavarropas eléctrico. Por ese entonces no teníamos otro artefacto eléctrico que una radio la cual era nuestra fuente de información y de esparcimiento a la hora de comer. También el medio para escuchar mis series de aventuras de la tarde.
Fue a comienzos de 1950 cuando nos mudamos a esa casa, y, a pesar del progreso espacial, despedirme del departamento de la infancia me costó algunas lágrimas. Pero esto se olvidó pronto.
Ese año comencé a ir a la escuela primaria del lugar que quedaba a unas 5 cuadras de donde yo vivía. Recuerdo las caminatas matinales rumbo al colegio, con el frío del invierno y la larga vereda arbolada. Había todavía terrenos sin edificar a los costados del camino principal que llevaba a otro distrito dentro del conurbano. Casi todas las casas tenían pequeños jardines en el frente, separados por cercos con portones de una hoja paralelos a la vereda. Otras casas más antiguas estaban edificadas en el medio de terrenos algo más grandes y se aislaban de las miradas externas con enredaderas que crecían sobre alambradas contiguas a la senda de unas pocas baldosas.
Los días de invierno, cuando se desataban fuertes lluvias, había que salir casi de noche con las botas puestas, una capa impermeable y la capucha llevando los cuadernos dentro de una cartera de cuero con forma de cilindro achatado y una tapa sujeta con dos tiritas pasantes por sendas hebillas. Las calles se llenaban de torrentes de agua y las cunetas se inundaban. Algunas pocas calles de las partes más bajas se inundaban como ríos que solo podían cruzarse con un puente giratorio. Era animarse a cruzar o quedarse en la casa esperando que pasase la tormenta. O sacarse el calzado y cruzar en medio del torrente de agua. El río seguía haciéndose cada vez mas fuerte hasta que desembocaba en unas bocas de tormenta al final de la calle y caía en canaletas que llevaban el agua a un destino desconocido.
En esa época las escuelas  no tenían calefacción de modo que había que cerrar bien las ventanas e ir abrigado. Lo que si teníamos, la mayor parte de los alumnos, era ganas de ir a la escuela a tratar de aprender algo. No eran tiempos de tratar de pasarla bien. Había niños ‘vivos’ que hacían travesuras cuando salía la maestra del aula, como tirar figuritas al aire para que los otros se arrojasen a tomarlas antes de caer. Pero esos eran pocos, y su destino general era la repetición del grado. El juego se reservaba para los recreos cuando corríamos y jugábamos en un patio grande con grandes árboles de muchos años.
La escuela habitaba un edificio que tenía muchos años, estaba bastante bien conservado, pero ya querían hacer una nueva para poder aumentar el número de aulas. Había una sola aula o dos (una por sexo) para cada año escolar  y estaban bien llenas. En algunos años inferiores se compartía el banco con otro alumno o alumna. Los años superiores eran de sexos segregados y estábamos más cómodos porque los bancos eran más grandes.  En general los alumnos pasaban de grado, la escuela peronista no era muy exigente. Recuerdo que el último año de la primaria me pasaba las horas dibujando figuras que copiaba de una revista infantil según el tema del día, pero el contenido en sí era bastante reducido. Cuando años más tarde pude comparar con los textos que se usaban en  épocas anteriores a la mía pude ver cómo se había simplificado los contenidos. Usábamos entonces un ‘Manual del alumno bonaerense’ que era todo nuestro saber. Además había un libro de lectura y, ocasionalmente, leíamos algunos episodios de ‘La Razón de mi Vida’ libro supuestamente escrito por Eva Perón y de lectura obligatoria. De nuestra maestra del último año decían que era peronista pero nunca la oí hacer propaganda política, era bastante discreta como la mayor parte de los otros peronistas que conocí. Además sabían que estaban en minoría por esos sitios y todos evitábamos discusiones enojosas, aparte que a esa edad no nos interesaba polemizar. Los grandes evitaban hablar de política por temor de alguna represalia. Sólo se hablaba de esos temas levemente con personas bien conocidas, las discusiones abiertas a fondo solo las escuchaba dentro de la familia, por suerte nunca llevada a mayores entre nosotros. Los fines de semana íbamos mis padres y yo a casa de la abuela donde se juntaba con mis tíos y algunos sobrinos. Los hombres armaban partidas de naipes y se hablaba de deporte o política. Eran todos opuestos al peronismo, salvo un matrimonio de empleados públicos. Nunca había grandes discusiones porque cada uno tenía sus ideas y no pensaban en cambiar las de los demás.
Cuando tuve que prepararme para el examen de ingreso a la secundaria (que finalmente se suspendió), conocí la diferencia entre estudiar en serio frente a darse un baño  más o menos de conocimientos. Tuve que tomar una profesora particular, porque el examen era muy exigente. Por desgracia se suspendió sobre la fecha y el ingreso se definió en base a un sorteo en el que salió mi número casi al final. Una forma injusta de premiar la vagancia, disfrazada de igualdad de oportunidades. Siempre he desaprobado estos atajos tan queridos a los argentinos, para evitar el esfuerzo y desalentar la dedicación y la seriedad. Así ha ido degradándose la enseñanza pública que fuera un ejemplo en el continente hasta la década del 30.
El Perón de entonces era para nosotros una persona que hablaba frecuentemente y decía discursos en actos, en el cine, en la radio, por todos lados, pero no lo escuchábamos. La radio repetía lo que el gobierno quería decir, todas las radios, o casi todas, estaban en manos del gobierno y si se quería saber la verdad había que escuchar la radio del Uruguay, generalmente radio Colonia, donde decían algo así como ‘una noticia urgente para este boletín’.  No escuchábamos mucho estas noticias porque no pasaban grades cosas de interés (para nosotros), salvo cuando a finales de la era peronista empezaron a haber intentos de golpes o atentados. Después vinieron las represalias del gobierno, la quema de iglesias y de locales partidarios. De todo esto nos enterábamos por la radio uruguaya, porque las radios argentinas contaban solo la versión oficialista.
Había un cine del otro lado de la vía en la parte más edificada y comercial del pueblo adonde se iba los fines de semana. Siempre pasaban un noticiero entre las películas principales. Invariablemente incluían uno o dos episodios de propaganda abierta o encubierta a favor del gobierno. Otro participante infaltable era algún regimiento o acto castrense, pues el gobierno peronista siempre exaltó las FFAA, siendo heredero del  golpe militar del 43 y conducido en gran parte por militares varios, detrás de aparentes autoridades civiles. Así tuvimos el año 1950 del ‘Libertador San Martín’ y otros por el estilo. Los historiadores peronistas se han ‘olvidado’ de estos ‘detalles’ poco compatibles con la imagen de un gobierno ‘del pueblo’. La realidad es que las FFAA, especialmente el Ejército, estaban en o detrás de todos los puestos de influencia. Si alguien necesitaba conseguir un trabajo, o un trámite difícil ante el Estado, el camino era conseguirse la recomendación de algún oficial, cuanto más alto mejor, a falta de eso de alguno del Partido Peronista y si no de alguien de la CGT, aunque estos últimos no eran tan influyentes.
Mi padre no tenía una filiación política definida, es decir nunca tuvo actuación en partidos. Durante la guerra fue simpatizante del EJE, contra todo el resto de la familia. Pero el leía siempre La Prensa, el diario ‘gorila’ según los peronistas y completamente pro yankee. Como el peronismo no les daba papel a los opositores el diario salía con unas pocas hojitas de un formato grande que ya casi no se usa actualmente. Cuando el peronismo, aprovechando su mayoría cuidadosamente conseguida en el Congreso a fuerza de cambiar el sistema electoral, se incautó de La Prensa, para dárselo a los obsecuentes de la CGT, mi padre dejó de leerlo y no recuerdo si siguió comprando otro diario. Cuando podía votar solía hacerlo por el socialismo, que entonces era antiperonista, hasta que se fue dividiendo y cambiando de ideas.
Mi madre no tenía ninguna orientación política. Decía siempre que los políticos eran todos unos ‘atorrantes’ y solía votar en blanco.
Otro recuerdo es sobre las vueltas en bicicleta. La primera que tuve fue usada, una vieja bicicleta importada, completa aunque algo gastada. Las primeras andanzas fueron en una plaza en la ciudad, pero luego de mudarnos tuve más lugares para ir, cada vez más lejos, hasta algunos kilómetros ya en la adolescencia. En el barrio la mayor parte de las calles no estaban asfaltadas, y había zanjas laterales para llevar el agua de lluvia, de modo que el recorrido para la bicicleta no era muy variado porque había que ir o por la vereda o por las calles asfaltadas que estuviesen conectadas que eran muy pocas. Por la tierra se corría el riesgo de pinchar la cámara con algún clavo perdido. La segunda bicicleta que tuve, ya en la secundaria (creo) fue una nueva y nacional. Mucho menos robusta que la primera pero adecuada al tamaño de mis piernas. Había que tener cuidado de no chocar para no arruinar la llanta.