lunes, 24 de diciembre de 2012

Industria nacional o Un manifiesto de la burguesía apropiadora



Generaciones de argentinos se han criado recibiendo toda clase de mensajes de políticos, maestros, intelectuales, artistas, novelistas y gente del común que proclaman la imperiosa necesidad de fomentar el crecimiento industrial para asegurar el futuro nacional.
Esta propaganda ha recibido un fuerte impulso desde que el régimen kirchnerista tiene el gobierno nacional. Pero nunca se ha planteado un debate nacional acerca de la racionalidad y conveniencia real de sacrificar toda clase de facilidades económicas en aras de construir una industria local que, además, sería una proveedora fundamental de empleo.


La acción propagandística a favor de la industria tuvo sus inicios institucionales con la formación de asociaciones de pequeños empresarios nacionales en la segunda mitad del siglo XIX y se consolidaría durante la primera mitad del siglo XX con la formación de la Unión Industrial Argentina (UIA) de ideología básica de libre mercado. Estas asociaciones buscaban proteger la industria de la competencia desleal en épocas de crisis internacionales, lograr condiciones crediticias favorables cuando la mayor parte del crédito iba a financiar negocios agropecuarios, inmobiliarios, ferrocarrileros, frigoríficos, etc. Otro interés se refería a oponerse a legislaciones que representasen mejoras para la mano de obra que incrementasen los costos operativos.
Contra lo que se acostumbra afirmar, durante el período de fines del siglo XIX y comienzos del XX la industria local gozó de una importante protección aduanera similar a la norteamericana. Ello no era resultado generalmente de un objetivo industrialista sino de necesidades de financiamiento del Gobierno Nacional cuya principal fuente de fondos eran los derechos de importación. La opinión mayoritaria del público, incluso de la clase obrera (de orientación mayoritaria socialista por entonces) era contraria a incrementar los derechos aduaneros para fomentar el remplazo de importaciones, pues ello significaba incrementar el costo de los productos industriales a ser comprados por el resto de la población.


La derrota de las tropas de la Provincia de Buenos Aires en 1820 en manos de una coalición federal de provincias abrió el ciclo del ‘espléndido aislamiento’ de la Provincia bajo de la conducción de hombres como Martín Rodríguez, Bernardino Rivadavia y Juan M de Rosas. Durante este período, bajo la apariencia de una confederación de provincias la Provincia de Buenos Aires, gracias a su posición privilegiada en el Río de la Plata y su posesión de la aduana manejó económicamente (e indirecta o directamente la política) del resto del país. Hubo un corto interregno con la derrota de Rosas en Caseros y el nombramiento de Urquiza como presidente. Finalmente, este terminó cediéndole el dominio del país al mitrismo tras la batalla de Cepeda, quizás convencido de lo inútil de luchar frente a un enemigo mucho más poderoso económicamente.


Las presidencias de Mitre y Sarmiento realizaron la unificación del mercado interior de las Provincias Unidas por medio del tren y el telégrafo fundamentalmente. El ejército nacional, aún en formación y camino de profesionalizarse fue derrotando las milicias provinciales que se oponían al proceso modernizador y de inserción en el mundo básicamente europeo y norteamericano. Este proceso, si bien destruyó las economías de tipo pastoril y artesanal del interior permitió el desarrollo de otras actividades agrícolas y agro-industriales que dieron mayor injerencia a algunas provincias en el manejo del destino del país. Fue así como durante la presidencia del tucumano Avellaneda se produjo el ascenso del victorioso coronel (luego general) Julio A. Roca, también tucumano coronado con su conquista del ‘desierto’ pampeano-patagónico. Los restos del poder bonaerense y porteño (que ya empezaban a distinguirse) intentaron oponerse a la ascensión de Roca pero fueron derrotados en armas, primero Bartolomé Mitre y luego Luis Tejedor. Con ello Roca pudo ser consagrado presidente de la Nación en 1880 inaugurando el ciclo de la llamada ‘generación del 80’. El predominio político de estos hombres se extendió hasta la primera década del siglo XX.


El triunfo de la coalición provincial encabezada por Roca se consolidó rápidamente con la eliminación de las milicias provinciales y la capitalización de la ciudad de Buenos Aires. En lo económico se inauguró una inserción en el mercado internacional donde Argentina se convirtió en proveedor de productos del agro y de donde compraba productos elaborados, básicamente industriales. En un mundo donde florecía el libre comercio multilateral sustentado por el patrón oro, Argentina tuvo una relación privilegiada con Inglaterra de la que se llegó a decir que era parte informal del Imperio, pero también tenía importantes relaciones con otros países europeos como Francia, Italia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos según épocas.


Roca no solo incorporó grandes extensiones de tierras pampeanas y patagónicas a los dominios explotables por el hombre blanco. También ocupó tierras en el Norte del Chaco.  En el Sur las tierras Roca se las quitó a aborígenes hostiles como los araucanos y a otros más pacíficos y las entregó para beneficio de grandes hacendados que habían financiado su campaña al desierto, a sus oficiales y tropa como premio o botín de guerra y a otros civiles de menor jerarquía. Los indios aquí fueron desplazados así como sus familias y relegados a reservas o trasplantados a distintos lugares donde no pudieran presentar resistencia. En el Norte la población era mucho más densa y mansa y mayormente pasó a formar parte de la mano de obra de distintas explotaciones regenteadas por los blancos.


En este proceder hay que aclarar que Roca no difería del modelo de las potencias europeas de la época en sus colonizaciones en África y Asia. Este proceder con los ‘salvajes’ parecía natural y justificable para la mayoría del los ‘civilizados’ de la época.


En sus dos presidencias, y, predominantemente en la primera Roca realizó una serie de acciones que la ‘progresía’ contemporánea tiende a ignorar, p. ej. impuso el control civil (estatal) sobre los registros y actos de las personas desalojando a la Iglesia Católica de muchas funciones lo que llevó a una ruptura de relaciones con el Vaticano; fue un gran precursor de la educación popular como la sanción de la ley 1420 de educación común, gratuita y obligatoria y la construcción de unas 800 escuelas (notable esfuerzo para la época), mejoró la sanidad pública, etc.


Los detractores de Roca, especialmente los de la burguesía rapaz, le critican que haya quitado las tierras a los indios, en parte ignorando que, aparte de estar en guerra con la Nación usaban esas grandes extensiones para producir frutos exiguos, o bien para contrabandear hacienda que vendían en Chile. A Roca lo llaman genocida pero en realidad la campaña que Roca encabezó mató unos 1200 indígenas. Los restantes fueron re ubicados y los más belicosos fueron enviados a algunos barcos para evitar toda posibilidad de resistencia. Lo peor de la campaña del sur fue la entrega de muchas mujeres y niños como servidumbre a familias de blancos. Todo esto parece hecho más que para exterminar los indios, para sacarlos de sus tierras y poder ocuparlas con colonos blancos (nativos e inmigrantes). Quizás, con mente del siglo XXI nos parezca moralmente reprochable pero así pensaban entonces y los argentinos que pueblan la Patagonia y el Chaco, si son sinceros, tendrían que mudarse a otro lado  y entregar las tierras a los descendientes que queden de los originarios, cosa que no hacen, especialmente los del Frente para la Rapiña.


El poder de la coalición conservadora que encabezó Roca tuvo una expresión política en el PAN o Partido Autonomista Nacional una coalición de fuerzas de gobernadores provinciales y sectores del autonomismo de la Provincia de Buenos Aires. Bajo la dirección de Roca se produjeron tres hechos que tendrían gran trascendencia posterior y que generarían la crítica de la burguesía apropiadora, especialmente dos de ellos.


Estos fueron:


1) Ocupación de tierras desplazando a los habitantes nativos (indígenas mayoritariamente)


2) Entrega de estas tierras en forma de grandes latifundios a terratenientes, sea directamente o por compra a beneficiarios directos de pocos recursos. Esta política de reparto de la tierra contrasta notablemente con el uso mayoritario en Norteamérica (EEUU) donde primó el reparto de fracciones destinadas a explotaciones familiares (Homestead Act).


3) Fortalecimiento y profesionalización del Ejército Nacional que va tomando relevancia como actor político nacional.


El general Roca no fue un general militarista. Si bien se apoyó en el grupo de oficiales que lo secundaba para adquirir preeminencia política, una vez en funciones su lema fue ‘Paz y Administración’. Dentro de una política de fortalecimiento militar del país no dedicó grandes sumas a comprar armamentos. Enfrentado con Chile por problemas de límites buscó la vía de la mediación para resolver los conflictos. Cuando asumió la segunda presidencia en 1998 encontró el país en una carrera armamentista por un posible conflicto con Chile. Roca en su momento había propulsado la creación de un puerto militar de aguas profundas (que llegaría a ser la base General Belgrano) pero ello se enmarcaba en la necesidad de compensar el poderío marítimo chileno. Habiendo el país igualado el potencial de Chile, por medio de la diplomacia logró un acuerdo de límites con el país vecino y una vez logrado de inmediato vendió dos grandes naves que se estaban fabricando en Europa.


Sin embargo, la sanción de la ley del servicio militar obligatorio fue un paso más en la subordinación de los civiles al dominio de los militares, por más que los defensores digan que tenía fines unificadores o docentes. Lo mismo se podría lograr por medio de un sistema de escuelas centralizadas, no necesariamente en manos de militares.
Varios actos de la segunda presidencia de Roca, como la ley de residencia y las manipulaciones electorales muestran el fin del ciclo del PAN y su mentor.


Volviendo a la burguesía apropiadora o rapaz, el motivo principal de este artículo es analizar un escrito del diputado Roberto Feletti (FPV) publicado en el diario La Nación el 21 de octubre de 2012 y llamado “Sin Industria no hay Nación”. Feletti suele ser muy explícito en mostrar las intenciones reales del gobierno kirchnerista y en este caso ha publicado un escrito que constituye un verdadero manifiesto de la burguesía de la que es uno de los más claros voceros.


El artículo de Feletti comienza así:

“En distintos momentos históricos, dos referentes de la élite argentina le manifestaron la necesidad de alterar el patrón productivo del país, reduciendo las voluminosas tasas de ahorro y de consumo suntuario derivadas de la renta agropecuaria y financiera, para invertirlas en industrias. Ambos apostaban a la generación de un modelo de desarrollo sustentable, por la menor dependencia externa y, socialmente armónico, por la generación de empleo”.

Cuando RF se refiere a dos referentes de élite está hablando, como aclara después, de Carlos Pellegrini y Federico Pinedo. Pellegrini fue vicepresidente de Miguel Juárez Celman y asumió la presidencia en 1890 cuando este tuvo que renunciar a consecuencia de la crisis de ese año de la cual Juárez fue el principal causante. Federico Pinedo (hijo) fue ministro de Hacienda de Agustín P Justo entre 1933 y 1935, por el partido Socialista Independiente y también fue Ministro de Hacienda de Roberto M Ortiz unos pocos meses a fines de 1940. RF ha omitido el aporte teórico del economista Alejandro Bunge que fue un sólido propulsor (poco escuchado) de la industrialización en la década de 1920.

Lo que no dice RF es que nunca estos propulsores de la industrialización hubieran pensado en que para ello era admisible succionar la riqueza de otros sectores sin límites con tal de beneficiar el desarrollo de una industria soñada, aunque esta fuese netamente no competitiva y necesitase para ello del cierre de los mercados y toda clase de subsidios.


RF, en cambio, atribuye a estos pioneros intenciones de hacer bajar la tasa de ahorro (tildada de ‘excesiva’ por RF) de aquellos tiempos, posiblemente algo si del consumo suntuario, que RF atribuye a ‘rentas’ agropecuarias y financieras. 


Es necesario aclarar que la tasa de inversión bruta por entonces era del orden del 30% de PBI (ver p. ej. el cuadro 1.32 en la Historia de Mario Rapoport edición 2009, basado en CEPAL 1958) y ello explica la cantidad de obras de infraestructura (ferrocarriles, puentes, puertos, caminos, educación, saneamiento, etc) que emprendieron los gobiernos. Todo ello permitió que la Argentina se insertase en el mercado mundial y redujese notablemente el analfabetismo. De ninguna manera se puede considerar excesiva esta tasa de ahorro, que es menor que las de países asiáticos actualmente y era similar a la de otros países en desarrollo de entonces. Si RF dice que era ‘excesiva’ es para justificar la imposición actual del consumo forzoso y estéril del ingreso de los trabajadores para permitir que la industria protegida mantenga su actividad. Es cierto que en aquellos tiempos hubo una gran parte de consumo ostentoso de parte de los poseedores de las fortunas basadas en la explotación de la tierra. Hubo mucha construcción de palacetes para imitar ciudades europeas pero también hubo mucha inversión externa y remesa de divisas. Sin embargo, no toda la ganancia puede considerarse rentística, pues está históricamente comprobado que en esa época los privados hicieron grandes inversiones en mejorar las explotaciones, e incorporar tecnología adelantada para la época, tanto con respecto a la agricultura como en la ganadería. Atribuir las grandes ganancias de esa época a la pura renta es parte de una visión tendenciosa (por ejemplo típico, las expresiones de José P Feinmann) que tiende a justificar la apropiación de los ingresos del campo en base a un supuesto pecado original del productor agrario. Y el ahorro tampoco correspondió solamente a los productores agrarios o grupos financieros pues en esa época se inician los talleres industriales y futuras industrias manufactureras y alimenticias fruto generalmente del ahorro de los inmigrantes. Había simultáneamente transferencia de capitales del campo a nuevas industrias de consumo asociadas, como textiles y alimenticias por parte de los llamados ‘oligarcas y rentistas agropecuarios’. También empezaba a aparecer una incipiente clase media cuya forma de ahorro típica era la adquisición de inmuebles. Había también importantes sectores pequeños y medios de productores rurales muchos de ellos fuera de los límites de la pampa húmeda que para los estereotipos de la burguesía apropiadora fueron los miembros casi excluyentes del empresariado del campo. En síntesis, empezamos a mostrar como RF, en cuanto vocero de la burguesía rapaz, efectúa una caricatura del estado productivo del país de entonces a los efectos de, como si fuese un acto de justicia histórico, justificar la apropiación actual de la ganancia o de la misma propiedad de distintos sectores sociales para distribuirlos entre sus socios o clientes político-económicos.

Hacia el final del párrafo atribuye a los dos pioneros la intención de crear un modelo industrial sustentable, que implícitamente y tendenciosamente RF asimila a lo que el gobierno actual propicia. Una forma más de dar un tinte épico, una pátina de reclamo histórico a los actos de la burguesía apropiadora. Y este es un procedimiento sistemático del discurso de esta clase de gobiernos. Se autoproclaman los realizadores de los sueños de los prohombres de la historia.


En el último párrafo RF incurre en un anacronismo, propiciando a la industria como un gran proveedor de mano de obra. Tenemos que recordar que el agro era por aquellos tiempos un gran generador de puestos de trabajo, lo que se manifestaba, por ejemplo, en la entrada de millones de trabajadores que venían de otros países para la época de la cosecha (conocidos como ‘trabajadores golondrina’). Esos trabajadores venían atraídos por los buenos ingresos que podían obtener temporariamente y luego regresaban a sus países de origen. 

Históricamente ha ocurrido que la industria fue importante generador de empleo siempre que fue subsidiada. Justamente marginalmente mayor empleador tanto más ineficiente y menos competitiva resultaba. Tenemos como ejemplo que en la tan publicitada ‘reindustrialización’ de la década 2003-2012 se produjo un aumento del empleo, con respecto a 1997, en solamente 4 ramas industriales. El aumento de producción se basó, fundamentalmente en mejoras de tecnología y ampliaciones de capital, contradiciendo la supuesta especial capacidad generadora de trabajo de la industria. La norma en las sociedades modernas es que el empleo se incrementa sobre todo en los servicios, en segundo lugar en la industria y el campo se despuebla. 


Con respecto a la importancia de la industria en el conjunto de la economía, reconocemos que la fracción del PBI atribuida a la industria varía según la fuente consultada. Pero, como ejemplo, vemos que en el libro “Dos Siglos de Economía Argentina” de la Fundación Norte y Sur, en la introducción y comentario general, aparece un Gráfico histórico con el PBI por sectores a precios corrientes donde se ve que para 1910-1912 el PBI industrial era más o menos el 28% del total, valor semejante al del pico de 2005.  Para el crecimiento de la industria puede verse la figura en pg. 224 del libro de Roy Hora ‘Historia Económica de la Argentina en el Siglo XIX’. Esto muestra otra falacia del relato que dice que el primer Centenario, justamente, era el apogeo de la patria agropecuaria en oposición a la década industrialista de los Kirchner. Los héroes K del relato industrialista están muy, pero muy lejos del record de 1976 superior al 40% del PBI. Desconfiemos entonces a la propaganda de la burguesía apropiadora que tiene por objetivo justificar todas las exacciones que realizan o piensan realizar.


Sigue Feletti con su escrito diciendo:

‘Imaginaban que los privilegios de la clase dirigente argentina sólo podrían mantenerse si se producía esta migración hacia un nuevo liderazgo económico y social, de fuerte cuño industrialista. Estas apelaciones surgen en un escenario donde la Argentina, con su ya débil modelo agroexportador, aparecía duramente impactada por sendas crisis internacionales. En 1892, Carlos Pellegrini alertaba a la generación del 80 que "sólo vendiendo pasto no se construye una Nación", palabras que serían inmortalizadas como "sin industria no hay Nación".’

Aquí RF alude a ‘sendas’ (¿querrá decir dos?) crisis internacionales. Suponemos que se refiere a las crisis de 1873 y 1890. La crisis de 1873-1876 fue generada en el exterior y se produjo una caída de exportaciones e importaciones que obligó al gobierno de Avellaneda a grandes sacrificios para poder pagar la deuda. La crisis de 1990 a su turno, tuvo un origen principalmente local, debido al mal manejo de Juárez Celman, su ley de bancos, la especulación de tierras, etc. Tuvo que ser encarada por el vicepresidente Carlos Pellegrini y duró hasta 1994. Esta crisis argentina repercutió en Londres por el no pago de la deuda, causando un salvataje de la casa Baring. De ningún modo se puede hablar para entonces del ‘débil modelo agroexportador’. El modelo se recuperó rápidamente y la producción exportable siguió aumentando amparada en el régimen de libre comercio y patrón oro existente a nivel mundial hasta su ruptura a consecuencia de la Gran Guerra de 1914. Hasta ese entonces no hubo ningún cuestionamiento serio del modelo ni se pensaba en sustituir importaciones o exportar industria, algo inviable dado el nivel de desarrollo cualitativo de la industria. De todos modos la formación de un mercado interno creciente que se acompañaba por la gran corriente inmigratoria permitió un incipiente desarrollo de industrias dedicadas al consumo como lo muestra el desarrollo de una creciente clase obrera. Algo bastante distinto al país de pastores que la burguesía rapaz nos quiere hacer creer que había entonces. 


Sigue después Feletti con su sermón:

Del mismo modo, sobre el final de los años treinta, Federico Pinedo advertía que los desequilibrios derivados del crac del 29 no se solucionaban con la reinserción en el alicaído Imperio Británico, tal cual lo planteaba el pacto Roca-Runciman, sino vertebrando las industrias emergentes e integrando socialmente al proletariado que se agolpaba a las puertas de las grandes ciudades en forma creciente.
Así se lo hizo saber a los referentes de la restauración conservadora en lo que se conoció como el Plan Pinedo. Desoída su advertencia emerge el peronismo y, con él, la industrialización argentina como proyecto económico-social, fruto de un movimiento popular y no de la vocación nacional de las clases dominantes y privilegiadas. Tal vez, en esta suerte de "pecado original" radique la principal fuente de antinomias de nuestro país

Como de costumbre, con motivo de arrimar argumentos a su alegato político, RF junta hechos ocurridos durante gobiernos y períodos diferentes. La crisis iniciada en 1930 fue enfrentada por el gobierno de Agustín P. Justo en varios frentes, siempre con el substrato de revivir el modelo agropecuario adaptándolo a las condiciones internacionales de fin del libre comercio y auge del bilateralismo. El vicepresidente Julio Roca (hijo) negoció con el Reino Unido un tratado llamado Pacto Roca-Runciman que aseguró una cuota del mercado de carnes británico para la Argentina (en realidad para ganaderos y frigoríficos) a cambio de varias concesiones. El Pacto se firmó en mayo de 1933 siendo ministro A Hueyo. Pinedo asumió como ministro en agosto de 1933 y desarrolló su Plan de Acción Económica del cual era inspirador así como Raúl Prebisch. El Plan implementó una serie de medidas de sostén económico a la actividad agropecuaria con fondos del llamado Empréstito Roca, que fuera posibilitado por los arreglos con los ingleses. El Plan Económico fue el inicio de la intervención estatal en la economía en forma deliberada y planeada y tuvo varios aspectos, por ej reordenar las finanzas y el sistema bancario. Resultado de este programa fue, entre otros hechos, la creación del Banco Central de la República Argentina de carácter mixto en 1935, la creación de Juntas reguladoras y de sostén de precios como las Juntas Nacionales de Granos y de Carnes, etc. Hasta aquí, las medidas de Pinedo-Prebisch no se ocuparon mayormente de la industria -salvo aumentando algunos derechos de importación- sino de reactivar y ordenar la economía sobre las bases tradicionales, si bien hubo un inicio de pase de la órbita inglesa a la estadounidense que pasó poco a poco a ser proveedor principal de productos e inversiones industriales.


Roberto M Ortiz había sido ministro de A P Justo y fue electo presidente para sucederlo a instancias del mismo en elecciones amañadas. Pinedo fue nombrado Ministro de Hacienda de Ortiz en setiembre de 1940 y presentó al Congreso un ‘Programa de Reactivación Económica’ llamada Plan Pinedo. Este plan, entre otras cosas, se orientaba a fomentar la industria manufacturera controlada por la élite tradicional, o sea textil y alimentaria para remplazar artículos importados en forma progresiva. El plan, en cuya elaboración intervino fundamentalmente Raúl Prebisch, buscaba estimular el desarrollo industrial pero dentro de los lineamientos de una economía abierta orientando el comercio hacia los Estados Unidos y países limítrofes. Es decir, no tenía nada en común con los planes actuales de regimentar la actividad económica en detrimento de un sector para favorecer a otro. Según Prebisch, el plan buscaba detener la caída de la actividad de 1940 inyectando estímulos moderados (medios de pago) por parte del Estado. Toda una doctrina para-keynesiana sin Keynes (cuya obra teórica principal era de 1936).  El Plan de Pinedo no llegó a tener la aprobación del Congreso pero no fue por la oposición de la ‘oligarquía conservadora’ sino por la oposición tenaz de los radicales. Sin embargo, fue la Segunda Guerra Mundial la que trajo un creciente incentivo para la fabricación local por la falta de todo tipo de insumos que no podían ser importados. Hay que reconocer que RF tiene una pizca de verdad en su alegato, tampoco lo más rancio de la oligarquía toleró las propuestas de Pinedo. Fue despedido (más bien renunció) por discrepar con el presidente interino Ramón Castillo en enero de 1941
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Se llegó así al golpe de junio de 1943 y posteriormente al primer gobierno de Juan Perón. Con el peronismo, que emerge entre la nueva clase obrera opuesta a la élite obrera del socialismo y comunismo, se produce no la industrialización, que ya existía como hemos visto, sino un programa de industrialización (por ahora centrada principalmente en industrias de consumo popular) forzada y financiada con fondos expropiados a  sectores varios: campo, clase media tradicional y elites obreras acomodadas. Nace así a la vida en Argentina la clase apropiadora en una de sus múltiples manifestaciones, que ha regido la vida política y económica del país en gran parte de su historia reciente llegando al régimen kirchnerista actual donde adquiere un carácter más desembozado, disfrazado de accionar épico y reivindicación ética, ocultando apenas su carácter confiscatorio o directamente delictivo en algunos de sus personajes (caso de R. Jaime y sus jefes).


Principal antinomia actual no es pues la que pinta RF sino entre los explotadores que se apoderan usando la fuerza del Estado de la renta de vastos sectores para asignarlos, en teoría, a una industria necesitada de estímulos, realmente a una clase parasitaria incapaz de sobrevivir en un mundo competitivo y que necesita para asegurar su supervivencia de cerrar el país a cada vez más cantidad de influencias exteriores.


Sigue Feletti con su panfleto:

“Curiosamente, en Brasil, en el mismo período histórico, un líder populista como Getulio Vargas persuadía a los fazendeiros que su continuidad como clase dirigente dependía de la inversión de sus ganancias provenientes de la renta, en industrias. La irrupción de este proceso, a diferencia de lo ocurrido en nuestro país, consolidó la industria y un escenario de consensos e integración nacional.
Así, el Banco de Desarrollo de Brasil refleja emblemáticamente el acuerdo tácito, donde los grandes proyectos de inversión de la poderosa clase industrial son financiados a largo plazo con los aportes salariales de los trabajadores. Esta maduración política alcanzó su punto cúlmine, cuando esa clase industrial dominante acompañó el ascenso a la presidencia de la Nación de un obrero metalúrgico surgido de sus propias fábricas, Luiz Inacio Lula da Silva”.

Parece irónico que una clase fracasada en cuanto a sus objetivos proclamados (o sea lograr una industrialización autosustentable con fuerte arraigo en la población) traiga como ejemplo el caso brasileño. No conocemos en detalle el proceso de industrialización del Brasil pero por lo dicho allí se permitió la derivación de las ganancias del agro a la formación de una industria. Esto no fue permitido en Argentina por varios factores (el listado no es exhaustivo): 1) el militarismo nacionalista aliado a sectores civiles estatistas favoreció el monopolio estatal (generalmente de raíz militar) de industrias claves lo que impidió, prohibió y ahogó el desarrollo de la industria privada así como creó una industria de suministros dependiente del favor político de turno. 2) la burguesía rapaz no permite la entrada de capitales que puedan competir en el mercado interno, lo cual trae, en vez de un sistema de complementación competitivo, una pseudo-industria que necesita siempre tener cotos de caza asegurados 3) los fondos que debían ser generados por los sectores primarios en vez de poder ser derivados a la industria fueron confiscados por el Estado rapaz para alimentar su clientela.


Por otra parte, el sistema del BNDES brasilero, alimentado con los fondos jubilatorios de los trabajadores lo que hace es que estos subsidien a la industria a costa de su futuro. Si esto le gusta a Feletti no hace más que mostrar otra faceta rapaz de su grupo social. En los hechos, algo semejante realiza su presidenta CFK, salvo que en vez de usar los fondos del ANSES productivamente los malgasta para cubrir el déficit (agujero negro) que tiene en el Presupuesto nacional.


El opúsculo de Feletti sigue:

“En la semana que pasó, el viceministro de Economía, Axel Kicillof, manifestó ante el Senado de la Nación que, para afirmar el rumbo industrializador abierto en 2003, se requiere de insumos y maquinarias que en muchos casos deben importarse y, consecuentemente, los dólares disponibles tienen que ser aplicados a esas prioridades y no a otras. Este planteo, imprescindible en el derrotero de construir una Nación moderna e integrada por la vía del empleo y el salario, colisiona con el reclamo de sectores sociales acomodados de destinar los dólares a altas tasas de ahorro y a mantener un nivel de consumo global, al margen de la armonía social y la solvencia macroeconómica que el país requiere.”

En un breve párrafo el diputado nacional por el FPV se muestra experto en retorcer la realidad para crear un relato épico autojustificatorio. Empieza ensalzando el supuesto rumbo ‘industrializador’ que ya hemos visto tiene pies de barro por fomentar una industria dependiente del subsidio, infante perpetua y, en general, incapaz de competir a escala global.

A partir de allí reconoce la necesidad de contar con insumos y maquinarias importadas característica esencial de la moderna industria integrada internacionalmente. Pero de esta premisa quiere justificar la construcción de un muro para aislar el país y la veda de divisas para los particulares. Surge así el Gran Hermano Estatal (o sea los amigos de la clase apropiadora) que digitan a quien corresponde asignar estas divisas (por otra parte expropiadas al campo y a otros sectores exportadores por medio de las retenciones a la exportación, la fijación de tipos de cambio arbitrariamente bajos en comparación a los valores libremente fijados y otras argucias como reservas de productos para consumos ‘sociales’ a precios de remate). Los que se resisten a ser confiscados por los filibusteros de turno son calificados de ‘sectores sociales acomodados’ (cualquiera sabe que hasta el más humilde taxista ahorra en dólares para defenderse del impuesto inflacionario) que quieren (¡terrible pecado!) mantener ALTAS TASAS DE AHORRO y un supuesto nivel de consumo contrario a la armonía social. Los parásitos de la clase rapaz, que han poblado como plaga los pisos más caros del barrio de elite de Puerto Madero se horrorizan del alto nivel de consumo del que gana lícitamente su dinero, tiene que pagar toda clase de impuestos para mantenerlos a ellos y toda su clientela y quiere gastar lo que le queda como le parece. No, nadie tiene derecho a usar SU dinero, es el Estado, en realidad el Gobierno carancho el que tiene que decidir cómo cada uno puede y debe vivir. En un régimen con pretensiones de eternizarse (Cristina eterna!).


A esta expoliación sistemática y permanente la llaman ‘armonía social y la solvencia macroeconómica que el país requiere’. Sr. Feletti: Ud. es un gran mistificador, no por nada le encargaron presentar subrepticiamente el artículo 20 de la ley de Mercados de Capitales, otro instrumento para que su banda expropiadora pueda manejar los destinos de cualquier sociedad que cotice públicamente. Ud. dijo brutalmente en 2011 que un triunfo electoral los habilitaría para ir por todas las cajas, sin límites para el plan populista. Los hechos le han dado plenamente la razón. Han ido por los dineros de todos sin límites y descaradamente.

El escrito de Feletti continúa así:

“Obtener ganancias provenientes de la renta agropecuaria o financiera en la Argentina y convertirlas en dólares para luego comportarse como una suerte de "habitante de privilegio" del mundo, consumiendo y ahorrando en cualquier parte del orbe, no es el comportamiento de un sector social que pretende liderar una Nación.”

Acá Feletti acusa al cuco agropecuario (o financiero para disimular) de exactamente lo que hace la burguesía rapaz que confisca con altas retenciones las rentas del agro, el petróleo y otros para dedicarlas a subsidiar toda clase de emprendimientos y negociados disfrazados de ‘industrialización’. Crecimiento sin medida de los subsidios. Acusar al productor agrario es un modo de hacer como el tero que grita en un lado y pone los huevos en otro. De paso, para cosechar simpatías ‘progres’ incluye a la renta financiera en el ataque, pero es pura ficción, pues últimamente el negocio más rentable en el país ha sido el de los bancos.

Feletti da instrucciones de cómo debería comportarse quien pretenda liderar una Nación. Pero su memoria le falla pues olvida que fue justamente el ex presidente Néstor Kirchner quien compró 2 millones de dólares en su momento para su uso particular y era la familia Kirchner la que siempre declaró tener ahorros en dólares, pero claro no para ser ‘un habitante de privilegio’, seguramente.


El panfleto de RF prosigue:

La Argentina es un país de 2,8 millones de kilómetros cuadrados y 40 millones de habitantes. Profundizar el desarrollo industrial y tener una moneda representativa de esos activos nacionales son factores decisivos para su existencia misma. Esa es la voluntad del Gobierno, que aún encuentra fuertes resistencias entre quienes deberían liderar la profundización del desarrollo económico

El diputado propugna profundizar lo que llama desarrollo industrial. Aparte de que lo que están haciendo es, en todo caso, crecimiento y no desarrollo por la serie de demandas sociales irresueltas que arrastra el kirchnerismo, lo de ellos es una ‘industria’ infante por siempre, pues nunca llega a dejar los andadores. Esto sin mencionar los daños colaterales a la economía y el caldo de cultivo que han creado para la corrupción.


Cuando RF habla de ‘tener una moneda representativa’ ¿lo dice en serio? Porque el peso de los Kirchner ha venido devaluándose a tasas ingentes y no llena de orgullo a ninguna industria que se precie. El peso argentino que N Kirchner tomó a 2,88 por dólar en mayo de 2003 se cotizaba oficialmente a 4,90 al 21 de diciembre de 2012. El dólar en el circuito paralelo se pagaba a 6,90 pesos. ¿Es esta la moneda representativa a que alude el diputado? Al menos, según Feletti ‘esa es la voluntad del Gobierno’. 


Pero claro, como son muy gruesas las discrepancias entre el discurso y la realidad, hay que hablar de ‘fuertes resistencias’. Quizás se refiera Feletti a las manifestaciones del 8 de Noviembre o al paro del 20 de Noviembre. Deberíamos creer, quizás, que los oligarcas son los trabajadores que sindican en ATE o los jubilados que pugnan por mejorar sus ingresos.

Y termina el panfleto de Feletti diciendo:

“En definitiva, se trata de transformar las ganancias en industria, como medio de asegurar el valor de esos beneficios en el largo plazo. Es un arduo camino, pero que consolida a la Argentina como Nación, hace converger los intereses de todas las clases sociales y, además, legitima a la clase económicamente más acomodada. La dolarización sistemática de la renta ganada en el país es un atajo lleno de conflictos y tensiones insolubles, que otros países del continente han abandonado. La industria es la verdadera prenda de unión nacional y consenso social..”

RF habla aquí de ‘transformar’ las ganancias, eufemismo por ‘confiscar’ por medio del Estado y repartir entre los amigos. Seguramente la construcción por parte de la cleptocracia kirchnerista de una cadena de hoteles de turismo bordeando la cordillera austral (por ej los hoteles de los Kirchner en Calafate) sería un típico ejemplo, para RF, de esta transformación de ‘ganancias’ en ‘industria (hotelera)’. Aquí los únicos beneficios asegurados son los de los gobernantes, no del resto de la población que debe financiarlos.

Habla RF de hacer ‘converger’ los intereses de ‘todas las clases sociales’, una entelequia destinada a adormecer la conciencia de los esquilmados para ocultar un ‘modelo’ que beneficia a unos pocos parásitos a costa de amplios sectores productivos. Habla de legitimar a la clase ‘más acomodada’ como otro chantaje a los sectores genuinamente productivos para que toleren ser robados con la esperanza de que el robo no pase ciertos límites, ignorando que no hay límites para la búsqueda de cajas, como bien anunciara Feletti a fines de 2011. Por algo RF publica este panfleto en LN y no en uno de los numerosos medios adictos al gobierno K. Espera, parece, captar desprevenidos de la ‘clase acomodada’ y convencerlos de que se dejen expropiar.


Vuelve a la carga RF con la pretensión de que el legítimo derecho a comprar dólares para defender el valor de los ahorros es una ‘dolarización de la renta ganadera’ (incluso en la mentira usa el atributo ganadera en vez de agropecuaria -en rigor la confiscación afecta a sectores aún más amplios- para asociar el discurso con las connotaciones negativas del término ‘oligarquía vacuna’). Y dice que otros países han abandonado ese ‘atajo’. Aparte de que en la mayor parte de los países no hay restricciones para la compra y uso de divisas, en ellos no es costumbre ahorrar en dólares porque no existe el robo descarado de la inflación. Desgraciadamente, la hegemonía de una clase parasitaria hace tiempo que se ha hecho característica de la Argentina, para mal del país. Una vez más RF quiere hacer pasar los intereses de SU CLASE por los de todo el país.


Y termina Feletti ofreciendo la industria como prenda de unión y consenso nacionales. Claro, no presenta una industria cualquiera, sino que mete el lobo con la piel de cordero y pone a ‘su’ industria, la que engorda con los dineros del resto del país, como si fuese ‘la’ industria querida por todos. Así se cierra el círculo propagandístico de la clase apropiadora, mostrando al hurto o al robo descarado como si fuese una magna obra de conciliación nacional. Amén.