El sábado, en su
alocución de poco menos de tres horas, la presidenta Cristina repasó los
imaginarios logros de sus 6 años de gobierno. No tuvo nada de qué arrepentirse,
solamente mencionó dificultades en el acuerdo IRAN-AMIA para el que pidió
colaboración de otros partidos vía sugerencias.
Presentó un
panorama del país Argentina que haría la envidia de los latinoamericanos, lleno
de menciones a cifras amañadas o directamente falsas.
Con una actitud
en el fondo desdeñosa (bajo aparente cordialidad) hacia el auditorio formado
mayormente por parlamentarios y autoridades varias, más una audiencia militante
y expectante, desde una plataforma de autosuficiencia atribuyó las escasas
(según ella) dificultades, mayormente económicas, por que atraviesa el país a
unos pocos malintencionados corporizados en los grupos concentrados, las
tribulaciones del mundo que se está derrumbando, la justicia irresponsable y gremialistas
en busca de privilegios abusivos.
No se hizo referencia a planes de obras futuras, solamente a
la prevista reforma de los Códigos de Justicia que deberían tratar el Congreso
en 2014. Quien se refugia en el mundo del pasado revela una tendencia a la
añoranza, primer síntoma del espíritu de resignación con que se acepta como
inevitable y triste el futuro. Quedaron atrás los sueños de ‘ir por todo’ y los
grandes cambios imaginados en 2012 por la vía del socialismo bolivariano.
CFK cayó en la cuenta de su finitud con motivo de su
intervención quirúrgica a fines de 2013. Allí, durante una larga convalecencia
en Olivos, pudo internalizar la inviabilidad de sus planes de cambios
liberatorios gloriosos, de futuras reelecciones y reformas constitucionales,
aunque fueran disfrazadas de enmiendas administrativas. Consecuencia de su
admisión del fracaso y del peligro de quebrar el país antes de su fin de
período tuvo que admitir algunos cambios de gabinete. Ahora el objetivo pasó a
ser llegar a fines de 2015 minimizando el daño a su poder e imagen para lograr
mantenerse lejos del alcance de la Justicia Penal.
En su discurso volvió a aparecer un recuerdo de Néstor, no
ya como un triunfal presidente sino como un gobernador pionero, ubicado ahora
en un lejano pasado de la juventud y adultez feliz que ya no está. La misma
añoranza que apareció en el discurso en Florencio Varela, donde CFK rememoró
sus tránsitos por esa localidad con el
bus cuando estudiaba en la facultad de La Plata o cuando era una
‘exitosa abogada’ en Santa Cruz que venía en auto a visitar su familia de
Tolosa. La mirada está puesta en el pasado personal. No hay futuro en la acción
pública, solamente se imagina refugiada en la familia, para ‘echar a perder’ a
su nieto Iván y fotografiarse con su perro Simón.
Y aparece otro rasgo sintomático, la insistencia en los
jóvenes (la ‘cría’ al decir de su hijo Máximo). Los Kamporitas a los que dedica
un aparte en cada ceremonia en la Casa Rosada. ‘Son mi debilidad’, confesó en
el Congreso. Sólo confío en mis hijos, declaró hace poco. Y Máximo se ha
convertido en el asesor ‘in péctore’, un grandulón que terminó a duras penas el
secundario, que siempre mostró desinterés por la política y ahora quieren traer
a primeros planos.
El sueño de formar una juventud comprometida, ‘militante’
como le gusta decir, que compense una joven Cristina Elisabet floja en la
militancia, que prefirió refugiarse en los negocios dudosos de Río Gallegos
mientras otros caían por sus convicciones. Multimillonaria en divisa fuerte, entre
el mito del ‘relato’ y la añoranza de años más prósperos, CFK ingresa en la
vejez buscando dejar una leyenda de pareja embanderada con la liberación de la
patria por medio del adoctrinamiento de las nuevas generaciones menos propensas
a comparar realidades vividas. Al menos optó por un eclipse en relativa paz, a
pesar de las críticas destempladas, si se compara con la criminal determinación
del régimen de Maduro en imponer un ‘paraíso’ rojo por las armas, al uso de
otras dictaduras despiadadas.