miércoles, 30 de noviembre de 2011

Cristina Kirchner manda crear una nueva historia oficial. Primera parte: un poco de historia


En marzo de 1835, luego de un plebiscito consagratorio, el tirano Juan Manuel de Rosas asumió su segunda gobernación de la Provincia de Buenos Aires (Argentina actual) con la suma del poder público, que había requerido como condición para aceptar hacerse cargo.
Como parte de su poder autoritario, el gobierno rosista persiguió las manifestaciones de pensamiento contrarias a su accionar, exigiendo veneración por la persona del Ilustre Restaurador de las Leyes y el sistema federal, al que el gobierno rendía tributo en las palabras pero no tanto en los hechos.
Así, por ejemplo, el 27 de enero de 1836 se dispuso que para obtener el grado de Doctor de la Universidad de Buenos Aires debía acreditarse ante el gobierno haber sido sumiso y obediente a sus superiores en los cursos de estudios y servir lealmente a la causa de la Federación.
Las condiciones cada vez más represivas del régimen condujeron al virtual cese de actividades de la Universidad, siendo casi nulo el número de graduados.
En materia de educación elemental es conocido que Rosas entregó la educación en manos de la Iglesia cuyos representantes consintieron en poner su imagen en los altares y procesiones. La orden de los jesuitas, que retornó al país por entonces, fue expulsada poco tiempo después por no querer mezclarse en este coro de interesadas alabanzas, a pesar de haber adoptado una actitud política prescindente.
Con Rosas se produce la primera intromisión sangrienta de la campaña bonaerense dentro del núcleo urbano de Buenos Aires. Las tensiones entre los grupos ilustrados  y más o menos radicalizados impulsores de la Revolución de Mayo (Moreno, Castelli) residentes en el centro porteño y los grupos más conservadores, a veces decididamente monárquicos, de mayor peso en la periferia aparecieron francamente al tiempo de la revolución de abril de 1811 cuando Saavedra fue investido con el máximo poder dentro de la Junta Grande.
Rosas había nacido en una familia de rancia tradición colonial hispana (goda). Su actuación militar se limitó a las invasiones inglesas pues no participó en las luchas de la independencia. Su ideario era francamente monárquico, y al estar constreñido por la organización del país a las formas republicanas optó por un tipo de gobierno despótico, es decir una monarquía bajo la apariencia de una república.
En la organización nacional siempre estuvo dentro de la facción federal pero entendiendo al país como una confederación de provincias aliadas de gobiernos independientes. Con la salvedad de que poco a poco fue aprovechando las circunstancias históricas o la fuerza de sus ejércitos para ubicar en las gobernaciones a individuos incondicionales a su persona. Siendo un ejemplo claro de su proceder lo que hizo con la provincia de Santa Fe, donde mantuvo una cauta distancia con el Brigadier Estanislao López pero, a su muerte, intervino en la provincia desalojando a Cullen el primer sucesor, e instaló a Pablo López un hermano de Estanislao, pero cuando este, a su vez, intentó oponerse lo derrocó y terminó poniendo al general Echagüe, un subordinado de Rosas.
Rosas tuvo la picardía de llamar unitarios a todos sus opositores, aunque muchos de ellos eran verdaderos federales. Esta denominación ha sido perpetuada por la costumbre y por los historiadores revisionistas para desacreditar a los que no simpatizaban con Rosas. Por ejemplo, cuando Urquiza, que había sido su aliado por años, decidió sublevarse los diarios de Buenos Aires se llenaron de improperios contra Urquiza a quién tildaban de salvaje, loco, y por supuesto ‘unitario’. Eran un rudimentario antecedente de la guerra ideológica ahora tan de actualidad.
Rosas, a pesar de haber nacido en la ciudad, por su distanciamiento con sus padres y su predilección eligió la vida de campaña, habiendo pasado la mayor parte de su tiempo sea en trabajos de estanciero o en campañas militares, antes de su segunda gobernación. Incluso durante su prolongada dictadura eligió vivir en Palermo, que era por entonces un arrabal poco edificado.
Rosas representó conscientemente, hasta por su propia confesión, los intereses de grupos ganaderos siendo el mismo un gran terrateniente criador de ganado, dueño de saladeros y también de cultivos de trigo. Sus intereses eran contrapuestos a los grupos elitistas criollos del núcleo urbano  ligados al comercio y las profesiones liberales. Era en cambio un aliado de los comerciantes ingleses que introducían al país todo tipo de productos manufacturados y representaban el complemento a las exportaciones de cueros y carne salada. Rosas tenía el indudable apoyo de todos los paisanos (gauchos) de la campaña bonaerense, dedicados mayormente a tareas de campo, apoyo que sobrevivió incluso a su destitución y exilio. También fue apoyado por grupos de ganaderos y comerciantes ligados al negocio de la ganadería y por secuaces, gentes de a cuchillo que aterrorizaban o atacaban a los opositores. Los grandes ganaderos usaron a Rosas para sus fines y lo abandonaron no bien fue vencido por Urquiza, de lo cual Rosas se lamentaba amargamente ya en el exilio. Los cuchilleros (mazorqueros), en cambio, sufrieron la persecución de los triunfadores de Caseros y varios fueron ajusticiados.
También tuvo Rosas la simpatía de los trabajadores más humildes de la ciudad, gente que servía en las casas de gente acomodada y formaron parte de un incipiente servicio de inteligencia del rosismo usado para espiar a los opositores. Esto se puede considerar  un antecedente de la actual  SI (Ex SIDE) en este tipo de tareas.
Los escritores revisionistas han dibujado una figura de un Rosas idealizado, un héroe de a caballo defensor del federalismo, de la integridad territorial contra la agresión extranjera y sus aliados unitarios internos. Esta es una versión parcializada destinada a combatir las fracciones conservadoras de la política de inicios del siglo XX, oponiendo ideológicamente a Rosas contra los paladines de la ideología liberal como Alberdi, Sarmiento o Mitre y después a los conservadores de la generación del 80.
Rosas no fue ningún enemigo de los ingleses ni de Inglaterra. Fue si enemigo de los intereses franceses en el Río de la Plata, pero de los ingleses fue un socio táctico y gozó de todo el apoyo de los comerciantes ingleses de Buenos Aires en forma permanente, incluso en épocas del bloque inglés. Con la diplomacia inglesa tuvo enfrentamientos cada vez que los ingleses intentaron vulnerar los intereses de la Provincia. Como el caso del famoso combate de la Vuelta de Obligado cuando la escuadra franco-inglesa intentó navegar por el río Paraná, contra la pretensión de Rosas de que pagasen tributos en la aduana bonaerense. El revisionismo ha usado este episodio de patriotismo bonaerense para erigirlo en una supuesta celebración nacional. En realidad, lo que Rosas defendía era la pretensión de seguir explotando a las provincias litorales y al Paraguay haciéndoles tributar en la aduana porteña, no el punto más teórico de la libre navegación del Paraná. Por supuesto, esto no justifica el atropello de los ingleses y franceses ni el apoyo de los exilados argentinos en Montevideo, pero Rosas no fue lo que nos quieren vender los lobistas bonaerenses, ahora con la colaboración de CFK. No fue enemigo de los ingleses, solo estuvo enfrentado con los intereses de la corona durante la administración de Robert Peel y su ministro Aberdeen que habían adoptado un acercamiento con la Francia del ministro Guizot, lo que les valió  el mote de afrancesados. Los desastrosos resultados de la aventura conjunta, más el cambio de la opinión pública por resistencias a medidas como las leyes de importación de granos forzaron la salida de Peel y su remplazo por Lord Palmerston, otro gran amigo de Rosas en su exilio.
Rosas no tuvo espíritu republicano, era un admirador de la Santa Alianza y su gobierno brindó honores a varios nobles ingleses, incluso decretó tres días de duelo por la muerte del rey Jorge de Inglaterra, cosa que no hizo para la muerte de San Martín. No por nada los ingleses lo recibieron en Plymouth (Inglaterra) con salvas de cañonazos a su llegada al exilio.
En fin, no nos extenderemos más sobre las bellas cualidades que adornaron la persona del tirano Rosas pues solo queremos mostrar cuan débiles son los argumentos que exhibe la Presidente Cristina Fernández en su cruzada revisionista de la historia. Está claro que Rosas fue solamente un héroe bonaerense, que sirvió a los intereses de los ganaderos dominantes de la provincia (aunque residieran en la ciudad), y que Rosas conformó un verdadero ejército de ocupación encabezado por los Colorados del Monte (su milicia personal) y que tuvo sujeto al terror a gran parte de la población de la ciudad de Buenos Aires de entonces. Como héroe bonaerense los bonaerenses han llenado la Provincia de calles, estatuas, plazas y otros sitios con su nombre. En cambio, en otros lugares su nombre suscita reticencias o abiertos rechazos. Pero los bonaerenses no cejan en su intento de hacer de Rosas un héroe nacional. Y con la ayuda de la Presidenta podrían lograrlo.
La academia revisionista K
Todos los gobiernos necesitan justificar su proceder con apelaciones al patriotismo y a su misión histórica. Sin embargo, el grado de presión ideológica que ejercen sobre la población en busca de auto justificarse varía según la apertura ideológica a la admisión del disenso y la oposición existente entre su ideología y la prevaleciente al momento de su implantación al poder. Algunas variantes del peronismo han sido muy activas en la colonización ideológica de la población y la persecución de las ideologías opuestas o disidentes. En cambio el menemismo, aunque tuvo algunos conatos de persecución del periodismo crítico más bien se caracterizó por un cualunquismo ideológico, donde cualquier opinión era tolerada mientras no interfiriera con el devenir de su gobierno. Así, bajo el manto de una supuesta pacificación, el menemismo pudo ilustrar billetes de diversas nominaciones con las figuras ideológicamente opuestas de Sarmiento, Mitre y Rosas.
El primer peronismo de los 40 y 50 fue particularmente activo en la monopolización de los medios de comunicación de la época: radios, diarios, cine y televisión. El mensaje organizado desde la Secretaría de Prensa y Difusión a cargo de Raúl Apold intentaba convencer a la población de las bondades de una supuesta tercera posición, diferente tanto del capitalismo como del socialismo, que era la obra ideológica de Perón. En realidad se trataba de un capitalismo de Estado, con grandes transferencias de recursos intersectoriales lejos de toda indicación del mercado.
En esa época no se cuestionaron los héroes patrios tradicionales: San Martín y Belgrano compartieron honores con Sarmiento, Mitre y Roca en la nomenclatura de las principales líneas de los ferrocarriles recientemente nacionalizados. Rosas no tuvo esta distinción.
Con la vuelta del peronismo en los 70 al poder hubo otra ola de adoctrinamiento ideológico dirigido desde el gobierno. Por ejemplo, la vieja radio Municipal (en la Capital Federal) que había sido tradicionalmente un refugio de la música llamada clásica o culta, o de disertaciones varias, fue invadida por toda clase de programas dedicados a explicar la historia del peronismo, sus virtudes teóricas, la vida y milagros de Perón y Eva Perón, etc. Esta vez el peronismo no se entretuvo en apoderarse de la prensa escrita, en cambio, pulularon multitud de diarios y revistas de orientaciones encontradas, todas supuestamente ‘peronistas’.  El gobierno de Isabel estatizó los canales de TV armas en mano amparándose en el cese de las concesiones, y lanzándose a armar programas que enfocaban la problemática social desde  un punto de vista semi-oficialista o abiertamente  propagandístico.
El peronismo K, y su variante cristinista han vuelto a poner gran énfasis en la reinterpretación  o, directamente la reescritura, de la historia. Para ello han gastado fortunas del erario público para subsidiar publicaciones o radios afines, crear canales de TV, rodar películas, organizar cátedras, congresos y otros vehículos ideológicos para inundar la población con sus puntos de vista. Hasta ahora no parece haber una central que unificase el discurso oficial, dando lugar a diversas orientaciones o variantes alrededor de la palabra afín al gobierno. La cátedra más cercana a la oficial ha sido la del Ministerio de Educación, orientadora de los contenidos de la educación nacional, así como el canal de TV Encuentro, encargado de propagar gran cantidad de contenidos ideológicos (bajar línea) con mucho contenido marxista pero poco revisionismo. También la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires ha sido particularmente activa en la propagación del credo justicialista, nacional y popular.
Ahora la presidenta Cristina Fernández ha creado un instituto revisionista oficial. Si se analiza el discurso de CFK se nota una componente revisionista, y nada de marxismo. Cabe preguntarse si la ideología del gobierno tendrá el viraje correspondiente.
La principal autoridad del recientemente creado instituto ha sido otorgada al historiador Mario ‘Pacho’ O’Donnell.  Este versátil historiador, psiquiatra, conferencista y político ha sido históricamente partidario de la UCR, del peronismo menemista y ahora del kirchnerismo. Este escritor y polemista es autor de la infame asimilación de unitario con liberal, pretendiendo unir en el escarnio las ideas odiadas por el revisionismo de unitario o liberal. Esta asimilación es totalmente falsa, como se muestra con las figuras de Alberdi, que nunca fue unitario, fue convencido federal y liberal política y económicamente y de otra figura de orientación liberal y federal que fuera Leandro Alem (ver por ej.: Ezequiel Gallo, Alem: federalismo y radicalismo, Bs. As.,Edhasa,2009,pg 109).  Dos ejemplos que muestran cuan tendencioso puede ser el pensamiento revisionista. 
O’Donnell, aparte de su vocación neokirchnerista, es abiertamente anti-liberal, de la vertiente ‘nacional y popular’ como se auto define, y una línea ideológica que atribuye gran parte de los males que padece Argentina a las políticas liberales, neoliberales, antinacionales, etc, etc.  La gran mayoría de los miembros del nuevo instituto se pueden adscribir a la línea afín a este pensamiento para el que la caída de Rosas fue un retroceso para el país. O’Donnell caracteriza estas líneas como muy cercanas al peronismo y herederas del revisionismo de principios del siglo XX y del grupo FORJA. No todos los miembros del grupo inicial del Instituto participan de las ideas, o de todas las ideas de O’Donnell. Por ej. la historiadora Araceli Bellota, vicepresidente 1ª del Instituto, aclara que no comparte su opinión sobre Sarmiento, de quien rescata su labor precursora del trabajo de la mujer y educativa. Tampoco comparte la visión maniquea típica del kirchnerismo que divide a los sujetos de la historia en buenos o malos, por ej reclama una consideración cuidadosa de J. A. Roca como representante de la opinión mayoritaria de su tiempo (o de los grupos entonces gobernantes). Nos preguntamos cuanto tiempo podrá Araceli sobrevivir dentro de este Instituto cuya motivación no confesa parece claramente como la de reescribir la historia, no de hacer un análisis imparcial de la misma.
A O’Donnell se lo rodea, en la conformación del cuerpo académico, de un grupo de historiadores, políticos, escritores, cineastas, periodistas de neta tendencia kirchnerista, por lo que se puede inferir que, más que el estudio de figuras descuidadas por la historia anterior (tal como dice el decreto de creación), lo que se pretende es difundir una visión consagratoria del kirchnerismo como culminación de un proceso que se origina en Mayo de 1810, atraviesa una serie de dificultades debidas a la acción de personajes negativos (muchos de ellos figuras de la historiografía oficial anterior) y se completa con las presidencias de la familia Kirchner.
La hegemonía peronista y kirchnerista en el instituto se confirma por la negativa de Norberto Galasso a incorporarse, explicada por O’Donnell por la orientación marxista de Galasso (La Nación, 28 de noviembre de 2011). Es decir, quieren un revisionismo de raíz peronista, el marxismo no tiene lugar. O’Donnell da por obvio que no invitaran a Halperín Donghi. Es que representa todo lo que ellos quieren confrontar. Una prueba más de que un instituto oficial es creado a propósito con una orientación tendenciosa. Típico de la familia Kirchner.
(continuará)

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