Más del 54 por ciento de los votos efectivos emitidos el pasado 23 de octubre optaron por la continuidad presidencial de Cristina Fernández.
Remontar la cuesta desde un 36 porciento de imagen positiva hace algo más de un año, a la muerte de Néstor Kirchner, implicó convencer a varios millones de votantes para cambiar el sentido de su opción electoral. Existen diversas explicaciones causales de este vuelco de opinión. Nos inclinamos por suponer que la muerte de Néstor fue la perfecta coartada para justificar el cambio: por un lado desapareció de la escena un probable candidato de personalidad conflictiva y apareció una noble viuda; por otro lado, respecto de la derrota electoral de 2009 las perspectivas económicas habían cambiado substancialmente y el duelo permitió disimular lo que podía aparecer como un grueso mercantilismo de cambio del voto por dinero en el bolsillo.
Para acompañar esta magnífica puesta en escena de la noble viuda representada por Bette Fernandis, se creó toda una campaña apelando a diversos entes afectivos (amor, vida, juventud, feminidad, argentinidad), la sugerencia uniforme de la fuerza de la candidata y una seguidilla de inauguraciones (reales o simbólicas) de obras para implicar la efectividad del gobierno. No hubo ninguna explicación en toda la campaña del menor atisbo de un plan de gobierno para los cuatro años que vienen.
La magistral técnica actoral de la Presidenta llevó su mensaje triunfal y esperanzador a todo el país (o casi todo, evitando distritos claramente refractarios a su prédica) a razón de dos discursos diarios. El mensaje dejó de lado las aristas polémicas y conflictivas para llenarse de mensajes de amor, unión y cordialidad.
Resultado de la elaboración de la imagen del candidato fue el cambio en la percepción: de soberbia pasó a agradable, de insoportable a buena. El uniforme de campaña de la candidata fue el luto riguroso, salvo para un afiche supuestamente dirigido a la militancia más dura en que aparece con un traje color crema frente a un mar de banderas negras y rojas donde, a diferencia de otras multitudes de cartelería, no hay referencias a los colores azul y blanco y no aparecen figuras humanas.
Para ilustrar la construcción del personaje es ilustrativo comparar el ‘look’ de CFK en dos períodos distintos de su carrera política: a fines de la década de los 90, cuando era la senadora inflexible, esposa de un gobernador con incipientes aspiraciones presidenciales y la actual presidente que buscaba su reelección.
Versión | Fines del 90 | 2011 |
Peinado | Lacio estirado, sin volumen | Más corto terminado en onda y con más volumen |
Flequillo | Varios flecos tapando los ojos para resaltarlos | Uno solo lateral derecho levemente junto al ojo |
Frente | Amplia, resaltada por peinado con línea al medio | Disminuida por el volumen del pliegue del pelo |
Cabello | Largo, dividido a cada lado llega hasta el pecho, a veces rodea una oreja | Más corto, oculta las orejas y llega hasta los hombros formando un solo cuerpo |
Ojos | Resaltados por pestañas, maquillaje y cejas afinadas | Menos resaltados, con cejas trabajadas pero menos finas |
Pómulos | Finos, normales | Con más volumen, lo mismo que la mandíbula |
Vestimenta | Traje sastre con pantalones, colores pastel, celeste u oscuro (período de Picasso) | Negro luto riguroso, siempre faldas |
Alhajas | Aros, generalmente pendientes, a veces collar corto otras veces cuello cerrado o ambos | Collar corto de perlas, aros poco visibles |
Cirugías (inferidas) | Ninguna u ojos | Varias |
Sonrisa | Poco frecuente, buena dentadura | No muestra cambios |
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