martes, 11 de octubre de 2011

Infancia en el Conurbano cuando El Que Te Dije salía al Rosado Balcón (1a parte)


A mediados de la década de 1940 era un niño que vivía con sus padres en un pequeño departamento alquilado en una casa de inquilinato. Había un largo pasillo y cada departamento tenía una puerta al mismo. El departamento tenía un solo ambiente y un patio al que también daban una cocina y un baño.
En la única pieza dormíamos los tres en medio de un conjunto de muebles bastante apretados. Yo inicialmente dormía en una cuna y luego en una cama plegable. La cocina tenía una cocinita de tres hornallas, no recuerdo que tuviese horno para cocinar carne u otras comidas. Aparte había una pileta con una canilla (no tenía agua caliente que de necesitarse se calentaba en una pava). También había unos armarios y una mesa de madera con mantel de hule que a la hora de las comidas era instalada en el patio para la reunión familiar.
En el baño teníamos una lluvia con la flor de latón y un calefón para bañarnos. La piletita del baño no recuerdo si tenía canilla de agua caliente, de todos modos había gas que por entonces no se si era natural o fabricado en alguna usina.
Esto fue así hasta el año 1950 y mis días transcurrían en un barrio de la ciudad de Buenos Aires.
Mi padre era un empleado contable que trabajaba en las oficinas de una empresa refinadora de nafta y algún otro combustible. Los dueños eran mayoritariamente argentinos, gente que tenía otros negocios, como pueden ser agropecuarios, y que decidieron probar suerte en otro rubro.
Durante los años de la gran guerra mundial la empresa estuvo en muy mala situación económica pues no se conseguía petróleo para refinar y la estatal YPF hacía todo lo posible por ahogar la competencia aprovechando del privilegio que le daba la ley existente restringiendo las ventas de crudo. La situación mejoró relativamente terminada la guerra pero siempre la empresa estuvo restringida en su crecimiento por las prerrogativas que le daba el estatismo predominante a YPF de bloquear la apertura de bocas de expendio de la competencia. La estatal no crecía ni dejaba crecer la iniciativa privada. Así cada día aumentaba la importación de combustibles.
Mi padre entró en ese trabajo de joven, con estudios secundarios incompletos y por recomendación de un pariente que conocía a los dueños. Por muchos años trabajó en unas oficinas instaladas en una vieja casa que fuera una familia grande o de buenos recursos. Esto era lo que los ypefianos en su ignorancia o mala fe calificaban de rama encubierta de uno de los grandes monopolios internacionales (no se sabía de cual, pero igual era justificativo para tratar de llevarla a la quiebra). 
Hacia fines de la década mi padre consiguió un préstamo para edificar una casa en un terreno situado en un pueblito cercano a la localidad de San Martín. Era un barrio ubicado a unos 40 minutos de viaje en tren de la capital. Me enteré de la existencia de la casa cuando ya había empezado la construcción por comentarios de mi madre. Cuando fui a ver la edificación ya estaba muy avanzada, pero recordamos que en aquel tiempo las casas se levantaban rápidamente. Dos personas en dos o tres meses hacían una casa unifamiliar. Supongo que mi padre compró el terreno en cuotas, como era la costumbre por entonces. El Banco Hipotecario le otorgó un préstamo a unos 20 años. En esa época el Hipotecario todavía disponía de fondos que recibía de las cuotas de préstamos anteriores. Además se financiaba emitiendo cada tanto las llamadas cédulas hipotecarias, que pagaban un interés a los que deseaban ahorrar en estos valores. La inflación, a la cual Perón dio un impulso determinante, hizo que el Hipotecario dejase de poder financiarse con las cédulas (que no tenían ajuste contra la inflación). Además, las devoluciones de fondos por pagos de cuotas de préstamos quedaban reducidas en su valor real al no ajustarse por inflación. A partir de entonces nunca más hubo en el país financiación para la vivienda accesible a la gente de ingresos modestos.
Perón, que no confiaba en las leyes de mercado y ni se preocupaba demasiado por la inflación, hizo viviendas populares en base a fondos estatales. Cualquiera pudo ver algunos de los barrios pero estos no fueron tan generalizados como la propaganda peronista quiere hacernos creer. En esa época empezaron a poblarse las villas de emergencia (llamadas ‘villas miseria’), lo que muestra que lo que se hizo no alcanzaba, como pasa generalmente cuando se pretende remplazar la iniciativa individual por la potestad estatal. Además, el sistema de adjudicaciones de estas viviendas no era transparente. Generalmente se accedía a ellas por medio de las diferentes instituciones o aparatos ligados al Partido Peronista o a la CGT o por otros contactos con personajes influyentes.
Hoy es todavía común escuchar a los viejos peronistas que justifican haber sido peronistas de siempre por haber recibido su primera zapatilla o un juguete en aquellos tiempos, o porque a los padres el gobierno peronista les había dado una casa (nótese, les había dado, no facilitado la compra). También solemos escuchar que fue el peronismo el que ‘dignificó’ al trabajador. Me pregunto qué clase de dignidad surge de la dádiva, aunque sea estatal, en vez de haber creado las condiciones para que cualquiera con su propio esfuerzo consiguiese lo mismo.
La cuestión es que mi padre, de algún modo, sea por medio de un trámite normal, sea por la mediación de algún influyente (una ‘cuña’ como se decía entonces) consiguió un préstamo que nos permitió tener nuestra casa. Mi padre nunca habló conmigo acerca de este préstamo y me enteré de él el día que tuve que firmar como corresponsable de su devolución cuando se escrituró la casa con una hipoteca pendiente a nombre del mismo banco.
La nueva casa era enorme para lo que yo había vivido antes. Tuve por primera vez mi propio dormitorio, con cama, mesa de luz y un ropero para mí. Una ventana al terreno donde, con el tiempo mi padre plantó varios árboles, entre ellos un limonero frente a mi ventana que florecía en primavera.
Aparte estaban el dormitorio de mis padres y un comedor principal. Había una pieza de estar diario que era el comedor para todos los días. Teníamos un baño con una bañera, por primera vez para nosotros. Anteriormente me había bañado alguna vez en la bañera que había en la casa de mi abuela materna.
La cocina era bastante grande, allí sí había un horno en la cocinera, y agua caliente en toda la casa que venía de un calefón ubicado en esa cocina. El gas provenía de tubos, o sea era propano-butano (LPG).
Mi madre tenía ahora una pileta para lavar la ropa ubicada en un patio externo techado, varios años más tarde vendría un lavarropas eléctrico. Por ese entonces no teníamos otro artefacto eléctrico que una radio la cual era nuestra fuente de información y de esparcimiento a la hora de comer. También el medio para escuchar mis series de aventuras de la tarde.
Fue a comienzos de 1950 cuando nos mudamos a esa casa, y, a pesar del progreso espacial, despedirme del departamento de la infancia me costó algunas lágrimas. Pero esto se olvidó pronto.
Ese año comencé a ir a la escuela primaria del lugar que quedaba a unas 5 cuadras de donde yo vivía. Recuerdo las caminatas matinales rumbo al colegio, con el frío del invierno y la larga vereda arbolada. Había todavía terrenos sin edificar a los costados del camino principal que llevaba a otro distrito dentro del conurbano. Casi todas las casas tenían pequeños jardines en el frente, separados por cercos con portones de una hoja paralelos a la vereda. Otras casas más antiguas estaban edificadas en el medio de terrenos algo más grandes y se aislaban de las miradas externas con enredaderas que crecían sobre alambradas contiguas a la senda de unas pocas baldosas.
Los días de invierno, cuando se desataban fuertes lluvias, había que salir casi de noche con las botas puestas, una capa impermeable y la capucha llevando los cuadernos dentro de una cartera de cuero con forma de cilindro achatado y una tapa sujeta con dos tiritas pasantes por sendas hebillas. Las calles se llenaban de torrentes de agua y las cunetas se inundaban. Algunas pocas calles de las partes más bajas se inundaban como ríos que solo podían cruzarse con un puente giratorio. Era animarse a cruzar o quedarse en la casa esperando que pasase la tormenta. O sacarse el calzado y cruzar en medio del torrente de agua. El río seguía haciéndose cada vez mas fuerte hasta que desembocaba en unas bocas de tormenta al final de la calle y caía en canaletas que llevaban el agua a un destino desconocido.
En esa época las escuelas  no tenían calefacción de modo que había que cerrar bien las ventanas e ir abrigado. Lo que si teníamos, la mayor parte de los alumnos, era ganas de ir a la escuela a tratar de aprender algo. No eran tiempos de tratar de pasarla bien. Había niños ‘vivos’ que hacían travesuras cuando salía la maestra del aula, como tirar figuritas al aire para que los otros se arrojasen a tomarlas antes de caer. Pero esos eran pocos, y su destino general era la repetición del grado. El juego se reservaba para los recreos cuando corríamos y jugábamos en un patio grande con grandes árboles de muchos años.
La escuela habitaba un edificio que tenía muchos años, estaba bastante bien conservado, pero ya querían hacer una nueva para poder aumentar el número de aulas. Había una sola aula o dos (una por sexo) para cada año escolar  y estaban bien llenas. En algunos años inferiores se compartía el banco con otro alumno o alumna. Los años superiores eran de sexos segregados y estábamos más cómodos porque los bancos eran más grandes.  En general los alumnos pasaban de grado, la escuela peronista no era muy exigente. Recuerdo que el último año de la primaria me pasaba las horas dibujando figuras que copiaba de una revista infantil según el tema del día, pero el contenido en sí era bastante reducido. Cuando años más tarde pude comparar con los textos que se usaban en  épocas anteriores a la mía pude ver cómo se había simplificado los contenidos. Usábamos entonces un ‘Manual del alumno bonaerense’ que era todo nuestro saber. Además había un libro de lectura y, ocasionalmente, leíamos algunos episodios de ‘La Razón de mi Vida’ libro supuestamente escrito por Eva Perón y de lectura obligatoria. De nuestra maestra del último año decían que era peronista pero nunca la oí hacer propaganda política, era bastante discreta como la mayor parte de los otros peronistas que conocí. Además sabían que estaban en minoría por esos sitios y todos evitábamos discusiones enojosas, aparte que a esa edad no nos interesaba polemizar. Los grandes evitaban hablar de política por temor de alguna represalia. Sólo se hablaba de esos temas levemente con personas bien conocidas, las discusiones abiertas a fondo solo las escuchaba dentro de la familia, por suerte nunca llevada a mayores entre nosotros. Los fines de semana íbamos mis padres y yo a casa de la abuela donde se juntaba con mis tíos y algunos sobrinos. Los hombres armaban partidas de naipes y se hablaba de deporte o política. Eran todos opuestos al peronismo, salvo un matrimonio de empleados públicos. Nunca había grandes discusiones porque cada uno tenía sus ideas y no pensaban en cambiar las de los demás.
Cuando tuve que prepararme para el examen de ingreso a la secundaria (que finalmente se suspendió), conocí la diferencia entre estudiar en serio frente a darse un baño  más o menos de conocimientos. Tuve que tomar una profesora particular, porque el examen era muy exigente. Por desgracia se suspendió sobre la fecha y el ingreso se definió en base a un sorteo en el que salió mi número casi al final. Una forma injusta de premiar la vagancia, disfrazada de igualdad de oportunidades. Siempre he desaprobado estos atajos tan queridos a los argentinos, para evitar el esfuerzo y desalentar la dedicación y la seriedad. Así ha ido degradándose la enseñanza pública que fuera un ejemplo en el continente hasta la década del 30.
El Perón de entonces era para nosotros una persona que hablaba frecuentemente y decía discursos en actos, en el cine, en la radio, por todos lados, pero no lo escuchábamos. La radio repetía lo que el gobierno quería decir, todas las radios, o casi todas, estaban en manos del gobierno y si se quería saber la verdad había que escuchar la radio del Uruguay, generalmente radio Colonia, donde decían algo así como ‘una noticia urgente para este boletín’.  No escuchábamos mucho estas noticias porque no pasaban grades cosas de interés (para nosotros), salvo cuando a finales de la era peronista empezaron a haber intentos de golpes o atentados. Después vinieron las represalias del gobierno, la quema de iglesias y de locales partidarios. De todo esto nos enterábamos por la radio uruguaya, porque las radios argentinas contaban solo la versión oficialista.
Había un cine del otro lado de la vía en la parte más edificada y comercial del pueblo adonde se iba los fines de semana. Siempre pasaban un noticiero entre las películas principales. Invariablemente incluían uno o dos episodios de propaganda abierta o encubierta a favor del gobierno. Otro participante infaltable era algún regimiento o acto castrense, pues el gobierno peronista siempre exaltó las FFAA, siendo heredero del  golpe militar del 43 y conducido en gran parte por militares varios, detrás de aparentes autoridades civiles. Así tuvimos el año 1950 del ‘Libertador San Martín’ y otros por el estilo. Los historiadores peronistas se han ‘olvidado’ de estos ‘detalles’ poco compatibles con la imagen de un gobierno ‘del pueblo’. La realidad es que las FFAA, especialmente el Ejército, estaban en o detrás de todos los puestos de influencia. Si alguien necesitaba conseguir un trabajo, o un trámite difícil ante el Estado, el camino era conseguirse la recomendación de algún oficial, cuanto más alto mejor, a falta de eso de alguno del Partido Peronista y si no de alguien de la CGT, aunque estos últimos no eran tan influyentes.
Mi padre no tenía una filiación política definida, es decir nunca tuvo actuación en partidos. Durante la guerra fue simpatizante del EJE, contra todo el resto de la familia. Pero el leía siempre La Prensa, el diario ‘gorila’ según los peronistas y completamente pro yankee. Como el peronismo no les daba papel a los opositores el diario salía con unas pocas hojitas de un formato grande que ya casi no se usa actualmente. Cuando el peronismo, aprovechando su mayoría cuidadosamente conseguida en el Congreso a fuerza de cambiar el sistema electoral, se incautó de La Prensa, para dárselo a los obsecuentes de la CGT, mi padre dejó de leerlo y no recuerdo si siguió comprando otro diario. Cuando podía votar solía hacerlo por el socialismo, que entonces era antiperonista, hasta que se fue dividiendo y cambiando de ideas.
Mi madre no tenía ninguna orientación política. Decía siempre que los políticos eran todos unos ‘atorrantes’ y solía votar en blanco.
Otro recuerdo es sobre las vueltas en bicicleta. La primera que tuve fue usada, una vieja bicicleta importada, completa aunque algo gastada. Las primeras andanzas fueron en una plaza en la ciudad, pero luego de mudarnos tuve más lugares para ir, cada vez más lejos, hasta algunos kilómetros ya en la adolescencia. En el barrio la mayor parte de las calles no estaban asfaltadas, y había zanjas laterales para llevar el agua de lluvia, de modo que el recorrido para la bicicleta no era muy variado porque había que ir o por la vereda o por las calles asfaltadas que estuviesen conectadas que eran muy pocas. Por la tierra se corría el riesgo de pinchar la cámara con algún clavo perdido. La segunda bicicleta que tuve, ya en la secundaria (creo) fue una nueva y nacional. Mucho menos robusta que la primera pero adecuada al tamaño de mis piernas. Había que tener cuidado de no chocar para no arruinar la llanta.

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